Esta pregunta está el top 5 de las que escucho todos los días en el consultorio: ¿Dar o no tratamiento a mi hijo con trastorno por déficit de atención?, y probablemente las respuestas que los padres se dan a sí mismos son:
- “Pero si es igualito a mí y no me ha ido mal en la vida”.
- “Su cerebro está muy joven, no debe de dársele medicamentos”.
- “Creo que es algo de la voluntad, si le echa ganas lo puede superar”.
- “No creo que tenga la enfermedad porque nada más le das la Tablet y no deja de ponerle atención”.
- “La verdad creo que su mamá lo tiene muy consentido”.
A todo esto, la primera objeción que planteo es que el diagnóstico del Trastorno por Déficit de Atención (TDA) no es una cuestión de fe o nada más porque al doctor se le ocurrió. Existen criterios clínicos bien claros que se pueden analizar durante las consultas, pruebas psicológicas, y hasta programas de computadora y pruebas genéticas modernas que ayudan a tener la certeza total en el diagnóstico.
Si a pesar de estas explicaciones, siguen las dudas entre tratarlo o no, les hablo de las cifras de enfermedades asociadas y deterioro en la calidad de vida que les confiere el TDA a los pacientes que lo sufren:
- Se incrementa 30% la posibilidad de hacer un trastorno adictivo a sustancias ilícitas.
- Hasta dos veces más probable sufrir enfermedades del estado de ánimo y de ansiedad en la vida adulta.
- La probabilidad de tener un trastorno grave de la conducta, como el oposicionista desafiante (si el término es muy técnico son los niños y adolescentes que sistemáticamente dicen que no a todo y a todos y no respetan las reglas), se incrementa hasta en un 60%.
- Tienen dificultad para la empatía y comprenden significativamente menos las emociones de los demás, con lo que actúan de forma inadecuada en las diferentes situaciones de la vida.
- Se aumenta a más del doble los fracasos escolares y los cambios de empleo, así como la tasa de divorcios.
Si con todas estas cifras los padres no quedan convencidos, mi mejor herramienta es hacer una muy buena alianza terapéutica y darles citas de evaluación cada dos o tres meses con escalas de síntomas respondidas por ellos y los maestros. Con esto logro objetivarles el deterioro que se va teniendo hasta que se convencen que lo mejor para su hijo es darle la oportunidad de que, con el tratamiento adecuado, disfruten al máximo de su vida.