No sé con exactitud de qué trate esta columna, pero tal vez al final tú, amigo lector y yo, el sujeto que no para de teclear, nos vayamos a dormir con una buena lección en la cabeza.
Como todas las noches nos sentamos en aquellas oscuras y frías escaleras de concreto para hablar del maravilloso futuro que nos deparaba el destino. Éramos adolescentes hablando del departamento que rentaríamos entre los tres. De cómo seríamos muy ricos cada quien con su giro en particular. Yo sería un famoso guitarrista de thrash-metal yendo de escenario en escenario deleitando a todo conocedor de la compleja música thrash con mis riffs. No recuerdo bien los sueños de mis amigos, pero sí recuerdo que definitivamente queríamos cumplirlos juntos. Nos apoyaríamos unos a los otros y al final todos viviríamos felices para siempre.
No pasó nunca.
Seguimos yendo cada noche a esas hermosas escaleras de concreto a contemplar las estrellas, despreocupados del pasar del tiempo. Cada noche teníamos un sueño nuevo para añadir a la interminable lista de cosas que haríamos de adultos. Nos divertíamos soñando. La verdad es que reíamos bastante y juro que con ellos aprendí a llorar de risa.
Admito que como todas las etapas de mi vida, esa fue sensacional a su modo, pues en lugar de estar inmersos en las mismas cosas que los demás chicos (televisión), nosotros siempre andábamos en la calle aprendiendo algo nuevo en pro de nuestra pequeña empresa. Tener un departamento juntos y ser ricos haciendo lo que quisiéramos.
Pero conforme pasaron los días, las semanas, los meses y los años, nada de todo eso parecía materializarse.
Martín, famoso por acaparar las pistas de baile y terminar con las chicas más guapas del lugar bebiendo en su mesa, conoció la delicia que eran los labios de una chica de la zona, y aunque Martín se resistió, al final lo distanció un poco de nosotros cuando su relación comenzó a formalizarse. Carlos, por su parte encontró un mundo lleno música, alcohol y hip hop. Olvidó la patineta y se hizo de muchos amigos nuevos. No dejó en ningún momento de hablarnos, pero cada día lo vimos menos que el día anterior, hasta que comenzó a ausentarse por semanas y luego meses. Yo, para entonces, había terminado la carrera de Programación y Análisis de sistemas, pero al final decidí no ejercerla. Era de nuevo el chico solitario que tocaba la guitarra y que salía muy poco.
Un día otro de mis grandes amigos (y maestro de vida) apodado el Diamante, al que también había conocido a los 14 años, me invitó a trabajar de seguridad. Me sentí nervioso y atemorizado, pero no soy la clase de persona que deje ir una oportunidad, sin importar cuánto miedo sienta (muchos entenderán perfectamente por qué), así que acepté y me fui a cuidar borrachos a la avenida insurgentes. Conocí mucha gente nueva; gente buena y trabajadora, pero también gente mañosa y adicta. Adquirí bastantes experiencias locas y bastante seguridad en mí.
Mientras todo eso pasaba me di cuenta de que el sueño que tenía de tener una enorme casa con mis amigos cada día se volvía más lejano. Así que decidí ir en busca de ellos para hacerlo realidad, pero me encontré con un pesimista: Martín, que no sabía más que ver el lado malo de las cosas. Se había convertido en ese amigo que se aferra a matar tus sueños por tu bien. Comprendí que para él sus sueños habían muerto y había sido duro, y lo único que trataba de hacer conmigo era evitarme la pena de pasar por lo mismo. Me retiré con la noticia de que su novia estaba embarazada y en breve ella se iría a vivir a su casa.
Caminé en busca de Carlos. En su casa nadie salió, ni por cortesía a decirme que no estaba. Así anduve algunas semanas hasta que por fin apareció. Había estado con sus nuevos amigos en una fiesta tras otra. Le platiqué que quería hacer realidad nuestro sueño de rentar una casa y vivir de nuestros sueños. Jamás olvidaré que cuando terminé de hablar me esquivó con un «Seymur Skiners… Oye, cómo ves si nos lanzamos por una tortuga, porque no he bajoneado» Ni siquiera me había escuchado, sólo había esperado todo el tiempo a que terminara con mis fantasías para comenzar a hablar.
La noche siguiente estaba parado en la puerta del lugar en el que trabajaba, fumándome un cigarro y mirando las estrellas. Pensando en que ahora, con mis amigos, cada uno viviendo su vida, jamás lograría hacer realidad ese sueño. Realmente estaba triste.
Miré a la izquierda y vi al Geovas, que era mi segundo al mando en la unidad, y pensé «él es mi segundo porque confío mucho él y él en mi. En el tiempo que hemos trabajado juntos he hecho cosas mas productivas con él que con cualquier otro de mis amigos… Además siempre se la pasa hablando de que se quiere ir a vivir solo. Que se quiere salir de casa de sus papás y que quiere vivir como todo un soltero. Él al igual que yo, tiene ese sueño y jamás lo había tomado en cuenta. Creo que…»
-Deberíamos de independizarnos –Dije y él se me quedó mirando como si no entendiera.
Viví con él cinco años, y la pasé increíble. Aún es uno de mis mejores amigos, aunque el trabajo nos ha distanciado mucho.
Aprendí que muchas veces deseamos algo con todas nuestras fuerzas y que algo (Dios, el universo o lo que sea) nos lo concede, pero no en la forma en la que nosotros quisiéramos. Todo a su tiempo y con las personas correctas. Lo que pasó en aquél entonces es que yo estaba aferrado a hacer las cosas a mi manera y no fue hasta que mis amigos me decepcionaron, que volteé a ver a la persona que me estaba poniendo el destino enfrente. Gracias Geovas dejé mi adicción al tabaco y superé el alcohol, y no porque él fuera sumamente religioso o algo así, sino porque cuando lo necesité, él fue el único que realmente creyó en mí. Estoy seguro de que con mis otros amigos jamás hubiera conseguido eso. Geovas siempre creyó en todo lo que me propuse y siempre estuvo para darme una palmadita en la espalda o un “zape” para no sentir lástima por mí mismo.
Hoy estoy seguro de que es parte importante de todo lo que he seguido alcanzando después de que nos dejamos de ver y tal vez nunca he regresado para agradecérselo como se merece.
No sé si ustedes se lleven una lección de todo esto, pero yo sí lo estoy haciendo ahora mismo. Tal vez vivo persiguiendo tan incansablemente un futuro que no alcanzo, que me he olvidado de darle las gracias a las personas que me han permitido estar en donde estoy hoy.