Independientemente de las reglas que tuvieran mis papás en casa, la realidad es que teníamos demasiadas libertades, y ellos parecían no exigirnos otra cosa además de calificaciones aprobatorias. No teníamos que tender nuestra cama, lavar nuestra ropa o levantar nuestros trastes tras terminar de comer. Todo eso lo hacía nuestra mamá, que venía de una educación bastante tradicional (por no usar una palabra agresiva).
Le hacíamos mandados, como todo niño, y además nos enseñaba muchísimas cosas prácticas como cocinar, barrer y trapear, pero sólo por saberlo, porque realmente no eran cosas que hiciéramos a diario. Realmente no existía la disciplina más allá de las cosas más básicas. Todo esto desembocó en que fallamos en la única responsabilidad que teníamos, que era mantener calificaciones decentes. Nuestras calificaciones en la primaria pasaron de nueves y dices a ochos y en pocos meses de ochos a sietes. Había que hacer algo, ¿pero qué?
Sinceramente no sé cómo es que mis papás llegaron a esa conclusión, o si fue ella quién se los propuso, pero nos mandaron todas las vacaciones de verano a casa de mi tía Nelly. Las vacaciones que esperábamos desde tanto tiempo atrás, para poder despertarnos todos los días hasta casi las 12 del día, salir a jugar hasta el anochecer, o pasar madrugadas enteras jugando Súper Mario World o Donkey Kong en el supernintendo. Supusimos que sólo cambiaría un poco el entorno, pero al final sería lo mismo…
Desde el primer día que llegamos, mis tíos nos recibieron como una bendición (léase la palabra “bendición” fuera del contexto de estas nuevas bendiciones modernas no planeadas). Arribamos un domingo y nos llevaron a cenar tacos de Suadero. Al regresar nos mandaron a dormir, e hicimos caso, aunque mi hermana y yo sabíamos que era muy temprano (tal vez las 10 pm.), recuerdo que nos quedamos varias horas platicando y riéndonos en la oscuridad, porque no teníamos sueño. A la mañana siguiente, mi tía nos despertó muy temprano… Serían las 7 am. (Recuerden que eran vacaciones y nosotros niños de primaria, así que era como levantarse a cualquier pesado día de escuela). No entendíamos por qué mi tía Nelly no nos quería dejar dormir. Nos pidió que mientras uno se metía a bañar, el otro tendiera su cama, para aprovechar mejor el tiempo. Era extraño, pero estando en la casa de alguien más te habitúas a sus costumbres y muchas veces, hasta las haces propias de tu persona, cosa que finalmente pasó en muchos aspectos. Cuando terminamos las tareas, nos apresuró para bajar a desayunar; la mesa estaba reluciente, y con un montón alimentos. Nos terminamos todo. Desde el jugo natural de naranja, pasando por los huevos con pan tostado, hasta terminar con el ultimo trozo de la fruta recién picada. Nos levantamos de la mesa y estábamos por salir corriendo en busca del supernintendo, pero mi tía Nelly nos detuvo abruptamente:
–¿A dónde van?
–A jugar supernintendo –Respondimos casi al unísono–.
–Recojan sus platos –Dijo mi tía arqueando las cejas y con una sonrisa muy característica de ella que no denotaba maldad, sino realmente diversión por nuestra conducta. Mi hermana y yo nos miramos y procedimos a hacer lo que nos había pedido. Recuerdo que nos caminamos con los platos en la mano y por un segundo no supimos dónde ponerlos. Mi hermana atinó a dejarlo sobre el lavabo y yo la imité.
Estábamos por salir corriendo de nuevo cuando…
–Ahora hay que guardar los manteles y limpiar la mesa, porque nosotros la ensuciamos.
Desorientados nos pusimos a hacer lo que nos pedía, pero mi tía se dio cuenta de que no teníamos mucha idea de cómo hacerlo.
–Tú, hija, recoge los manteles y guárdalos en ese cajón. Tú hijo, ve a la cocina y en ese cajón hay un trapo azul; ese es para limpiar la mesa. Tráelo junto con el limpiador de vidrios.
Conforme mi hermana recogía los manteles yo limpiaba las migas de pan y borraba las huellas de nuestros deditos y las marcas circulares que los vasos habían dejado. Sin que ella me lo dijera, procedí a dejar de nuevo el trapo en el cajón de donde lo saqué.
Al fin parecía que éramos libres para ir a jugar supernintendo, pero…
–¿A dónde va?
–A jugar supernintendo –Respondí casi preguntando.
–¿Y quién les dijo que podían jugar?
–¿Pues qué más podemos hacer?
–En realidad sé que no les ha ido bien en la escuela, así que los voy a ayudar a mejorar sus calificaciones.
No sé qué pensaría mi hermana, pero yo me sentí robado. Habíamos sido engañados y estaba seguro de que serían las peores vacaciones de mi corta vida.
–Espérenme aquí –Continuó mi tía Nelly –, voy por unos libros.
Mi hermana y yo nos miramos incrédulos, pero no supimos qué hacer o qué decir.
Bajó con un montón de libros y nuestras ultimas calificaciones. Después de echarles un vistazo se sentó con cada uno de nosotros y nos puso a estudiar sobre las materias en las que peor íbamos.
Toda la mañana estuvimos sentados juntos, resolviendo ejercicios y cuando llegó el medio día, después de una rigurosa vigilancia (al menos así lo sentí en ese primer instante, pero más adelante entendí), al fin se levantó y se fue a la cocina…
Para la una y media de la tarde nos pidió que paráramos de estudiar y pusiéramos la mesa. Recogimos los libros y le ayudamos a dejar la mesa puesta como sólo haría un fanático del Instagram. Comimos como reyes. Tras terminar de comer la recogimos como nos había enseñado en la mañana, sólo que esta vez no tuvo que pedírnoslo. Supimos dónde estaba exactamente cada cosa y nos organizamos perfectamente para aprovechar los tiempos.
Tenía en la cara una sonrisa de satisfacción, cosa que llamó mucho mi atención, pues recuerdo haber pensado que se había propuesto hacer algo con nosotros y lo estaba consiguiendo. Me irritó un poco. Nos dijo que podíamos ir a la sala a reposar la comida y no dudamos en sacar el supernintendo, pero nos detuvo.
–Les dije que pueden estar en la sala no que ya pueden ponerse a jugar supernintendo.
–¿Y entonces?
–Prendan la televisión.
–Encendimos el televisor y descubrimos que tenía televisión de paga (realmente fue una gran sorpresa, porque no gozábamos de esos lujos en casa). Nos pasamos unas dos horas viendo las caricaturas. Después de eso reanudamos los estudios por un par de horas más.
Al anochecer (tal vez a las ocho de la noche), nos pidió que preparáramos la mesa y volvimos a hacer el ritual de montarla, comer y desmontarla. Fue una cena ligera, pero muy rica. Al terminar nos dejó mirar la televisión un rato y luego nos mandó a lavarnos los dientes y dormir.
Cuando me recosté, pensé que había sido un día horrible, para ser vacaciones. No pude dormir hasta después de la media noche, siendo que me había ido a acostar a las 10pm.
Al día siguiente repitió la fórmula, y al siguiente, y al siguiente. Ni siquiera cambiaba la rutina los días domingos. Poco a poco fue sumando tareas, como barrer y trapear la habitación donde dormíamos. Lavar y secar los platos y vasos que ensuciábamos. Así fue durante las semanas que estuvimos ahí. Los desayunos poco a poco se fueron haciendo más saludables, y por consecuencia menos dulces, menos grasosos y menos deliciosos, pero realmente no nos sentíamos mal con ello. Al terminar las vacaciones éramos otros niños.
Estoy seguro de que no fue una tarea fácil, porque yo era muy rezongón y mi hermana muy llorona, pero logró un cambio completo en nosotros. No se trataba de que fuéramos malos niños, sino que no teníamos algo muy importante e indispensable para lograr grandes cosas en la vida, y eso era una estructura. Disciplina.
Ahora teníamos horarios para despertar, bañarnos, tender las camas, estudiar, ver televisión y dormirnos.
El cambio fue tan gradual que cuando llegué a casa de mis papás, no lo noté hasta que nos levantamos de la mesa y nos llevamos los platos a lavar. El rostro de mi mamá fue de sorpresa absoluta. Después de ese día nosotros educamos otro poco a nuestros papás, para dejarles ver que lo que nos había pasado no eran malas amistades, sino malos hábitos, y estos no venían de fuera, ni tampoco eran responsabilidad de las maestras resolver, sino que ellos desde casa habían estado fomentándolos.
Con el tiempo apliqué esta misma formula a muchas otras cosas que quería alcanzar en la vida (y la sigo aplicando) ¡y vaya que funcionó!
Hoy estoy muy agradecido del lugar donde estoy y doy gracias a todas las personas que he conocido y que han contribuido para que esto sea posible, pero si soy muy sincero, los cimientos me los ha dado mi tía Nelly, el crédito es de ella le pese a quien le pese. ¿Cómo le pagas a alguien que te dio las bases para lograr lo que sea que te propongas en la vida?
La mitad de la vida es suerte, la otra disciplina; y ésta es decisoria ya que, sin disciplina, no se sabría por dónde empezar con la suerte.
Carl Zuckmayer
Gracias tía Nelly.