Durante las últimas semanas hemos atravesado, en la mayor parte del país, de los tradicionales frentes fríos de la época invernal; con las consiguientes quejas de la mayoría de las personas acerca de los cambios que esto les obliga a tomar en sus rutinas de vida.
El frío nos hace querer estar más tiempo calientito dentro de las cobijas de mi cama, realizar menos actividades físicas, salir menos de casa (entendido que estamos en pandemia y en confinamiento por semáforo rojo), comer más alimentos ricos en carbohidratos ya que estos nos hacen aumentar más fácilmente la temperatura corporal, y nos hace estar menos proactivos y espontáneos que de costumbre. Estas conductas son típicas de los pacientes portadores de depresión, e incluso, con una relación bidireccional en cuanto causa y efecto.
También podemos decir, que perdurar en estos malos hábitos seguro nos llevarán a aumentar nuestros factores de riesgo para deprimirnos. Pero, además, tenemos afirmar que hay una razón neuroquímica predominante para la tristeza asociada al invierno y al frío: el cambio en el patrón de los ciclos de día y noche y horas de luz de sol. Estos modifican la secreción de varios neurotransmisores cerebrales que son gobernados por el hipotálamo, como lo son la serotonina, la dopamina y la noradrenalina, que en otras participaciones hemos comentado de su importancia en cuanto a las funciones para el estado de ánimo, la conducta y los estados intelectuales.
Sé que sería un exceso afirmar que el frío, por sí solo es un causante de depresión, pero creo que delimitamos de forma prudente la relación que hay entre las temperaturas más bajas, la menor calidad de horas de sol diarias, y la presencia de tristeza.
Dr. Edilberto Peña de León