Iba en la primaria cuando una niña se me acercó y me preguntó si había escuchado a Marilyn Manson. Yo no lo había hecho, pero sabía que se refería a una personas muy detestada por los adultos. Mis papás, que hasta el día de hoy son personas muy devotas, dieron el grito cuando me vieron poner el casete que me había prestado esa niña. Cuando escuché a Manson ya no hubo vuelta atrás. Apareció en mi ser consciente el criterio propio.
A partir de ese momento, la tensión entre nosotros comenzó a subir gradualmente, impulsada por mi reciente y nada agradable experiencia con el catecismo, lugar donde yo no podía hacer preguntas, porque ahí estaba mal visto cuestionar la palabra del señor.
Cuando llegué a la secundaria, también se hizo presente la adolescencia. Mis compañeros me mostraron más bandas como Rammstein, Rob Zombie, Nirvana, Papa Roach, Korn, Pantera, Metallica, Megadeth y un muy amplio etc. Sobre todo para mi mamá, este fue un duro golpe en la formación de su cachorrito al que veía más como un monaguillo que como una estrella del thrashmetal. Aprendí a tocar metal y terminé por alejarme completamente del catolicismo.
Durante los siguientes años, mientras estudiaba y trabajaba, y me sumergía en el asombroso mundo de la lectura y el deporte, descubrí lo limitada que estaba mi perspectiva sobre la vida. Mi principal limitante radicaba en mi imposibilidad de desarrollar un criterio propio. Así que comencé a darle una segunda oportunidad a todo lo que antes había juzgado sin antes haberlo experimentado.
De las primeras cosas a las que le di una segunda oportunidad fue a la música. Estaba convencido de que la música que a mí me gustaba era infinitamente superior a toda la demás. Comencé con algo fácil como la trova y el reggae (música que no necesitaba de habilidades para bailar, pues en ese entonces contaba con dos pies izquierdos), después escuché con detenimiento la música que escuchaba mi mamá, José Alfredo Jimenez, y aunque me costó trabajo admitirlo, me resultó muy buena en todos los sentidos. Así le di una oportunidad al pop y luego a la salsa…
El mundo dejó de ser una tonalidad de grises entre el blanco y el negro, y toda una gama casi infinita de tonalidades apareció frente a mí.
He seguido con este ejercicio de generar un criterio propio a lo largo de la vida, y me he llevado un grato sabor de boca en muchos sentidos. Aunque siempre que conozco a alguien ya me he formado una primera impresión (un prejuicio), siempre me gusta platicar con esa persona para descubrir que en algunos sentidos estaba siendo superficial con mi juicio.
¿Cuándo fue la última vez que juzgaste un platillo sin probarlo, a un autor sin haberlo leído o a una persona sin haber charlado con ella?
«Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo.»
Mario Benedetti
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