Este fin de semana estuve viendo series y películas con mis hijos, en especial les quise que vieran una que me había dejado impresionado en mi juventud que es “El Efecto Mariposa” con un post púber Ashton Kutcher y con una historia robusta de cómo cambiar el destino no es una labor fácil. Dentro de la historia el protagonista y su padre son visto por un psiquiatra que sólo puede estudiarlos, no logra un diagnóstico y trata de ayudarlos como mejor puede. Esto me recordó una innumerable cuenta de cintas donde los psiquiatras participan de forma básica en el desarrollo del guión.
Frecuentemente el desarrollo dramático requiere de la participación del área médica en una película, la pérdida de la salud es un giro obligado dentro de la superación de las tragedias de la vida. Pero algo que resulta sorprendente es un fenómeno que utilizo como broma con mis amigos doctores, pero que tiene un fundamento estadístico. El que se asocia con el villano para encerrar al protagonista en un hospital psiquiátrico, pues es un psiquiatra; el que padece de un trastorno grave de personalidad que se aprovecha de sus pacientes, es un psiquiatra; o hasta el que no entiende los mecanismos sobrenaturales que sufre el estelar de la cinta, es un científico de la mente… un psiquiatra, nunca un cardiólogo, un nefrólogo o un oncólogo.
Esto me trae dos conclusiones principales. La primera, que es súper llamativo e interesante para el público ahondar en los mecanismos de la mente, eso vende. Y en segundo lugar, tenemos que rescatar y desestigmatizar el trabajo de los profesionales médicos en el área de la conducta, las emociones y la cognición, como algo que no es mágico, es completamente basado en las evidencias de los datos de investigación y que está sólidamente fundamente en sus diagnósticos y tratamientos para como resultado una recuperación en la calidad de vida de las personas.