Soy escritor de cuentos de terror, pero por una razón muy particular. En cada cuento que escribo encuentro una forma para vencer el miedo y les quiero contar cómo fue que comenzó todo.
Ahí estaba, a unos cinco metros de altura sobre todos los demás. Había subido la escalera divertido y pensando en cómo se vería todo desde allá arriba. Imaginando las miradas que se posarían sobre mí y a la gente que diría algo como «Mira hombre, mira a ese niño de apenas ocho años que se va a tirar de la de cinco metros. Sin duda es más valiente que tú.» Pero al llegar hasta arriba descubrí que era más fácil imaginarlo que hacerlo.
Mientras subía la escalera, jamás había mirado hacia abajo, pero estando al filo de la plataforma la realidad me golpeó sin piedad. Ahora añoraba estar de regreso en esa escalera, pero camino abajo, cosa que ya no era opción, pues muchas personas seguían subiendo por ella, algunos a la plataforma de dos metros, otros seguían de frente hasta la de 10 metros y en cualquier momento llegaría alguien a la de cinco metros para hacerme compañía y comenzar a ejercer presión con un «Anda niño, que no tengo todo el día.»
Mi consuelo fue que no me había equivocado en muchas cosas; efectivamente todas las miradas se posaron sobre mí al estar al filo de la plataforma. No podría vencer el miedo a saltar y todos serían testigos. Llegó un señor algo calvo, blanco y con una barriga tan enorme como la de un gorila a hacerme compañía. La presión de las miradas de la gente alrededor de la alberca, más la de un sujeto a mis espaldas esperando a que yo saltara me habían dejado paralizado. Noté cómo mis piernas comenzaban a temblar y ese fue el acabose. Las sonrisas se dibujaron en los rostros de las personas de abajo y el hombre calvo y blanco que esperaba a mis espaldas se acercó para decirme algo:
«Niño, sé que tienes miedo y no hay forma de escapar de él, pero te daré un consejo: Salta y en el aire te arrepientes.»
Esas palabras no sólo me sonaron convincentes, sino que se tatuaron en mi memoria. Se volvieron un recurso recurrente y definieron la forma en la que iba a vencer el miedo durante el resto de mi vida.
Hice lo que dijo. Salté transpirando miedo y en aire me arrepentí. La caída se me antojó eterna y no sólo vi pasar frente a mis ojos mi corta vida, también pensé que habría sido mejor bajar por la escalera como un gallina. Haber sucumbido ante mi miedo y vivir hasta viejo sano y salvo.
Toqué el agua y me hundí muy profundo. Miré hacia arriba y vi la luz del sol pasar a través del agua turbia. Era hermoso. Me sentí más vivo que nunca. Comencé a nadar hacia arriba y cuando casi me quedé sin aire, salí a la superficie. Los aplausos de algunas de las personas que habían estado observando no se dejaron esperar.
A los ocho años de edad había renacido y no sólo eso, había regresado con la habilidad para vencer el miedo en cualquier momento de mi vida. Aquél día me debí de haber arrojado de la misma plataforma unas 20 veces más.
Jamás volví a ver a ese hombre y mucho menos supe su nombre. Me resulta curioso que conozcamos personas que pueden cambiar nuestra vida tan radicalmente y no saber nada de ellos.
Desde ese día, me he encontrado con el miedo bajo muchas otras formas; como una entrevista para un trabajo importante, un puesto más alto y con más responsabilidades dentro de la empresa, una chica linda que me pone a temblar las piernas, o el reto de ser un buen padre a una edad temprana, y saben qué, siempre he saltado para tomar la oportunidad, pero para disfrutar de la recompensa de saber que estoy haciendo lo que muchos otros sólo pueden soñar con hacer.