No sé cómo fue que llegó esta idea a mí, pero en algún punto de mi infancia aprendí que tú puedes decidir qué hacer con tu vida, y que también la gente puede elegir qué debes hacer con tu vida, siempre que tú lo permitas.
La mayor parte del tiempo la podías ver jugando con perritos, conejitos y ositos de peluche. Siempre detectando a tiempo peligrosas gripes y abrasivas infecciones de garganta. Si podía, recomendaba descansar mucho y comer más. Desde calditos de pollo calientitos, hasta uno que otro té de manzanilla endulzado con miel. A veces las cosas no eran tan sencillas, pues llegaba uno que otro osito con una patita rota. Tenía que entrar a cirugía con prisa, a tratar de controlar la emergencia. Al final, entre benditas improvisadas hábilmente con papel sanitario y parches secretos que su mamá guardaba en el cajón de la ropa interior, siempre regresaba con un osito feliz de haber esquivado a la flaca una vez más. Los adultos sabía que su vocación estaba en la medicina y no era raro verlos alentándola para cumplir sus sueños de ayudar a personas enfermas.
Los años pasan y los sueños que más claros tenemos poco a poco se comienzan a diluir en la opinión de los demás.
Sus primos eran médicos y ella siempre los veía con admiración; caminando con sus batas blancas y ayudando a personas más que agradecidas por haberlos ayudado. No dejaron de motivarla para que un día ella fuera como ellos, pero sus tres hermanos mayores no pensaban igual. Era la más pequeña y eso hacía que fuera difícil jugar con ella, aunque ella siempre se esforzaba para competir a la par de ellos, pero cuando tienes 6 años y tus hermanos tienen 9, 10 y 11 años, es muy difícil seguirles el ritmo, así que cada vez que salían a jugar, su mamá les encargaba que se la llevaran con ellos al parque, y ellos sabían que eso les fastidiaría el día y no podrían saltar la barda para ir a las viejas fábricas abandonadas a romper ventanas y matar lagartijas con sus resorteras.
El resentimiento es como una bola de nieve cuesta abajo. Si no la paras a tiempo termina por consumir un pueblo completo o con una relación tan cercana como la que sólo pueden tener los hermanos.
Llegada la adolescencia su madre decidió que no podían salir sin llevarse a la chaperona, ella pensó que esto ayudaría a mantenerla como mamá y no como abuela; cumplió con su objetivo, pero también deterioró más la pésima relación que hasta ese momento había entre los pubertos y su hermanita.
Cuando llegó el momento de elegir una carrera, todos pensaron que para la más chica de los hermanos sería fácil, había nacido para estudiar medicina, pero a todos los sorprendió diciendo que prefería comenzar a trabajar que continuar estudiando. La mamá creyó que debía de dejar que tomara la decisión sola. Los hermanos se miraron entre ellos con asombro, pero el asombro desapareció segundos después y se convirtió en indiferencia. Los primos intervinieron y trataron de convencerla de que estudiara medicina, e incluso los tíos le ofrecieron en privado pagar la carrera, pero ella se negó rotundamente. Lo que había pasado es que tiempo atrás sus hermanos la habían estado molestando con sus calificaciones, que habían bajado bastante en el último año, ellos no sabían que se debía a que su vista se deterioró con rapidez al grado de que no podía ver el pizarrón, y decidieron que la causa era simplemente que no estaba al nivel de los demás alumnos. El golpe bajo fue cuando uno de ellos le dijo que si no podía con la preparatoria, menos podría con la escuela de medicina. Él no sabía lo importante que era para ella la opinión que sus hermanos mayores tenían sobre quién era y qué debía de hacer con su vida.
La vida siempre tiene lecciones para todos y no importa qué edad tengas, siempre vas a ser su alumno.
Años más tarde se encontró trabajando en una caja registradora, con un constante aroma a metal en las puntas de los dedos, que terminaba por notar en la lengua demasiado tarde, cuando ya estaba comiendo tacos. Su rutina era siempre la misma: se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a un trabajo que odiaba, ver la cara de personas malhumoradas por quien sabe qué razones y ganar dinero que nunca le alcanzaba para nada. Lo que menos le preocupaba era el dinero, pero igual creía que si tenías que trabajar en algo que no te gustara tenían que pagarte más. Bueno, se vale soñar. Se vale soñar con ser doctora y ayudar en algún lugar donde las personas no tuviera los recursos para pagar por medicina. Se vale soñar con recibir su titulo y salvar algunas vidas con un atinado diagnostico. Se vale soñar con trabajar en algo tan gratificante espiritualmente que podrías hacerlo sin que te pagaran.
Un día de esos en que más de tres personas la habían mirado con odio desmedido, tan sólo por no tener cambio, algo cambió dentro de ella. “Suficiente” fue la palabra que cruzó por su cabeza. Tomó su mochila y salió del lugar para no regresar jamás.
Sintió miedo cuando abandonó su lugar de trabajo.
–¿De qué voy a vivir? –Pero continuó caminando
Sintió miedo cuando presentó su examen a la universidad.
–¿Y si no lo paso? –Pero continuó resolviéndolo.
Sintió miedo en su primer día de clases.
–¿Y si ya soy muy grande para estar en un salón de clases? –Pero sonrió y se presentó ante la clase.
Sintió que las rodillas le temblaban cuando dijeron su nombre y caminó al pódium para recibir su título, pero esta vez no sintió miedo, sino todo el júbilo que jamás pudo encontrar en años detrás de una caja registradora.
Lo que digo es que puedes elegir cómo vivir tu vida o dejar que los demás elijan por ti.