Todas las noches miraba llegar a mi papá del trabajo completamente rendido. Recuerdo perfectamente sus morenas y toscas manos, que incluso a la vista se antojaban ásperas. Las manos de un hombre que había aprendido a ganarse la vida con trabajo duro desde antes de cumplir 12 años. Su aroma era una mezcla de tabaco y metales, proveniente de las herramientas con las que había estado trabajando todo el día. Caminaba hasta el sofá y se acomodaba en él con toda la calma del mundo, cómo si eso prolongara un momento que su cuerpo había estado esperando por horas. El sonido que hacía al dejar salir el aire de sus pulmones era el mismo que haría cualquier persona sedienta después de beber un vaso de agua helada. En su morena y aperlada frente se veían reflejados todos los días que permaneció bajo el ardiente e inclemente sol, cumpliendo con las jornadas más demandantes para un hombre. Lo sé perfectamente porque más adelante tuve la oportunidad de acompañarlo a uno de los constantes viajes que hacía al norte del país; viaje donde trabajamos en la azotea de una nueva plaza comercial en el estado de Durango, montando equipos de aire acondicionado de 20 T.R de capacidad y un pesó es de 1200 kilos. En una azotea no hay un solo lugar donde te puedas esconder del sol. En aquella ocasión el sol calentó tanto el ambiente que un anillo de graduación que llevaba puesto en el dedo me causó una ligera quemadura de primer grado. (literalmente me lo estaba asando).
Una vez acomodado en el sofá, se quitaba los zapatos y reposaba los pies en la mesita de centro (bueno, eso hasta que aparecía mi mamá y lo regañaba por subir los pies ahí). Nunca pedía el control del televisor, le gustaba llegar y ver lo mismo que nosotros estuviéramos viendo. Para esas horas yo estaba haciendo la tarea y viendo dragon ball, y lo mismo le daba si era dragon ball o las novelas que acostumbraban mi mamá y mi hermana. Una de esas noches en las que había llegado y se había acomodado sobre el sofá, se me ocurrió preguntarle cómo era que no había cambiado de trabajo, por uno más cerca de la casa. Me miró inexpresivo por un momento y luego dijo:
-Hijo, podría estar en un trabajo más cerca de la casa, pero no podría ganar lo que gano ahora. Hay cuentas por pagar, los uniformes y los cuadernos que ustedes usan no son baratos. Ustedes tienen que comer diario y yo sería incapaz de dejarlos sin comer un sólo día. Le doy gasto a tu mamá y ella sabe hacer rendir el dinero –Luego hizo una pausa por un momento, como reflexionando lo siguiente que iba a decir -. A mí no me gusta deberle a nadie. No me gustaría que alguien venga a cobrar a la puerta de la casa y moleste a mi familia sólo porque no se me dio la gana pagar. Sí, hay muchos gastos, pero al final la necesidad hace al hombre. Si yo no tuviera una responsabilidad con ustedes o con su madre, seguramente estaría rentando cualquier cuarto más cerca del trabajo y también existe la posibilidad de que ni siquiera estuviera trabajando, porque cuando tienes las cosas fáciles, es cuando menos haces.
Me limité a asentir con la cabeza y regresé la mirada a la televisión. Mi papá hizo lo mismo.
Tal vez mi papá no lo supo, pero ese día cambió la forma en la que conduciría mi vida. Le empecé a dar muchas vueltas a la frase: la necesidad hace al hombre. Y comprendí que jamás llegaría a hacer nada con mi vida si no tenía antes la necesidad de serlo. Que nunca tendría un gran empleo si no salía de mi área de confort. Que siempre seguiría contemplando las mismas calles y a la misma gente si no buscaba ponerme en una posición difícil, posición que explotara realmente todas mis capacidades. Lo que tenía que comenzar a hacer era buscar retos. Salir de la comodidad en la que mis padres me tenían tan acostumbrado y comenzar a lavar mi ropa, pagar el techo que me cubriría por las noches, pasar hambres y luego encontrar un empleo que me permitiera pagar todo eso y adquirir nuevas y más demandantes responsabilidades. No estaba satisfecho si era sencillo.
Todos sabemos que siempre hay un lugar al que siempre podremos regresar si las cosas salen mal y ese lugar es la casa de tus padres, pero para mí eso es caer en una zona de confort y arriesgarme a truncar mi crecimiento como persona.
Hoy no sé si hago bien al ponerme en situaciones complicadas que siempre requieren que dé más de mí, pero la verdad es que seguir esta filosofía me ha llevado muy lejos. Más de lo que la mayoría de las personas creían que podría llegar.
Hoy miro a mi hija y veo todo lo que estoy haciendo por ella y pienso en qué razón tenía mi padre. La necesidad de darle siempre lo mejor a los hijos, hace mucho por cualquier hombre.