Dentro de todos los miedos que me dan forma hay uno que me rige con severidad y es el miedo a no ser congruente. La congruencia es la coherencia que hay entre distintas cosas, en el ejemplo más simple, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Pero ¿por qué darle tanta importancia a la congruencia? Simple: por la confianza.
Creo que tengo la responsabilidad de respaldar todo lo que digo con mis acciones, en un acto de congruencia y respeto para mí, la imagen que proyecto y las personas que me siguen, respetan y quieren… o como dirían vulgarmente en Ecatepec “Sostienes con los güevos lo que dices con la boca”.
Rememorando aquella etapa que viví feliz en Ecatepec, había un grupo de adictos al tetrahidrocannabinol que gustaban de fumar marihuana en el parque en un momento y al siguiente tirarse al piso a hacer push de brazo. Esa era el secreto de los permanentemente tensos músculos bajo su tostada piel.
Yo llegaba con mi Shifu a entrenar en ese mismo parque por lo que no tardamos en entablar una relación amistosa en la que ellos disfrutaban de ponerse los guantes con nosotros. En lo personal, disfruté mucho de su implacable ímpetu. Entre round y round regresaban a su esquina para “darse las tres de un churro” y regresar repuestos casi en su totalidad, poniendo a prueba todo nuestro cardio.
Al terminar los entrenamientos charlábamos un poco y fue así qué nos fuimos conociendo y comprendiendo el peso que ellos mismos les daban a sus palabras. Si escuchábamos a uno decir que iba se iba a embriagar durante dos semanas, con seguridad lo íbamos a dejar de ver dos semanas y luego regresaría con una historia extraordinaria de cómo comenzó cheleando en una fiesta y terminó crudo y desvelado en una playa de Acapulco, curándosela con un vuelve a la vida. Otro día aparecía la mujer de alguno de ellos exigiéndole dinero y a regañadientes se iría a buscar un jale que pudiera pagar los pañales de su o sus hijos. Si uno de ellos llegaba pidiendo un paro para ir por el quite con seguridad se pararían todos e irían en pos de la venganza.
Sabías qué esperar de ellos, porque a su manera, había congruencia.
En contraste, recuerdo a las mujeres que iban a la iglesia y que al terminar la misa, donde justo antes habían comulgado comiendo el cuerpo de Dios, se juntaban en pequeños grupos para platicar de lo feo que se había puesto el vecindario y criticar a los hijos de sus “amigas”. Que si ya estaba en la cárcel, que si se fue por violación, que si se estaba drogando, que si no tardaba en caer.
No pasaba mucho tiempo antes de que cualquiera de ellas estuviera en el ministerio público defendiendo lo indefendible porque uno de sus hijos ya lo estaban culpando de “un crimen que no cometió”. O nos enterábamos de que el pollero ya les estaba dando una visita sospechosa cuando sus hijos y su marido no estaban. O que habían pedido dinero y habían decidido de ultimo momento no pagarlo y perder una “amistad” que resultó ser una “persona tóxica”.
Nunca sabías cuando esa mujer creyente del Señor y su filosofía, que te recibía en su casa para ofrecerte un vaso con agua, iba a decidir a comenzar una cacería de brujas en contra tuya.
No estoy defendiendo a los adictos, sólo pongo sobre la mesa la importancia de la congruencia. Era congruente pensar que uno de esos chicos un día terminara en prisión al igual que era congruente pensar que si te metías con uno te metías con todos. Al final podías confiar en algo, pero con esas mujeres no sabías a qué atenerte.
No me pesa decir abiertamente de qué pie cojeó o las cosas de las que me podría sentir avergonzado, son parte de lo que soy y sé por qué tomé cada una de esas acciones. Si yo doy mi palabra en algo, haré hasta donde pueda para cumplir con ella. No sólo se lo debo a la imagen que proyecto, sino a mi abuelo, que siempre se sintió orgulloso de esa cualidad mía y que adjudicaba al apellido.
“Si no actúas como piensas, vas a terminar pensando como actúas”
Blaise Pascal