Ayer tuve que padecer mi record de tiempo de espera para un vuelo dentro de aeropuerto (hay que decir que mandándome de regreso a casa tengo otros números interesantes), que fue de 7 horas para un vuelo de vacaciones de fin de año a Mérida. Esta odisea de nuestros tiempos modernos fue aderezada por la amorosa compañía de mis dos adolescentes, que dicho sea de paso nunca habían tenido una experiencia de estas. Ya de camino en el avión y, sabiendo que tengo que escribir mi columna, no quise repetir el incansable tema de los conflictos sobre nuevos y viejos aeropuertos para la CDMX, y mejor me quise enfocar en la formación neuropsiquiátrica de la virtud que tuvimos que poner en uso durante la mayor parte del día de hoy: LA PACIENCIA.
Hay que partir diciendo que tendríamos que localizar a la paciencia como una función compleja que involucra diferentes estructuras y conexiones del sistema nervioso central… y como describiré más adelante, del sistema nervioso autónomo. Comenzaremos con todos los sitios que están encargados de detectar un problema, vías visuales, auditivas y de los demás órganos de los sentidos que nos avisan que estamos ante una situación inesperada y que requiere de un análisis y una respuesta. Esta información de diferentes fuentes confluye a una corteza de asociación que la conjunta y la presenta al lóbulo temporal y el sistema límbico que se encarga del procesamiento emocional del evento, y al lóbulo frontal y su corteza que hacen el análisis lógico de la situación. En las conexiones entre ambos lugares se define el equilibrio “Corazón-Cerebro” que va a dar lugar, primero a la tolerancia (tomarnos unos segundos para responder), y a las diferentes opciones que vamos a tener para elegir de nuestro portafolio. Se generan respuesta a nivel emocional a través del sistema nervioso autónomo (ya les había dicho que iba a salir en el cuento), que gobierna todas nuestras funciones inconscientes como la apertura de las pupilas, la salivación el oxígeno que nos entra, la presión arterial y los latidos del corazón. Así como a nivel lógico y voluntario, desde nuestro cortex prefrontal, diciéndole a la boca y a los músculos lo que en realidad queremos mostrar al mundo. Por lo tanto, dos vías de comunicación de lo que queremos decir, nuestro cuerpo y sus reacciones, y nuestra boca y movimientos.
Pero ¿Dónde entra la paciencia?… esa se entrena y vive en la parte lógica de la respuesta. Es muy difícil (aunque con más ahínco también se puede lograr), esconder lo que sentimos con el cuerpo, pero si podemos realizar el ejercicio constante de, cada vez, dar a conocer a los demás, partes más maduras de nuestra forma de ser y de vivir los problemas del mundo. Aquí es donde vive la paciencia.
P.D. En este ejercicio de paciencia aeroportuaria, cabe decir que la corteza prefrontal termina de madurar hasta los 21 años, por aquello de que los adolescentes no tienen paciencia.
Edilberto Peña de León