Nadie puede decir con exactitud qué hay después de la vida. Qué nos depara el otro lado. Tal vez yo tampoco pueda hacerlo, pero creo que tengo una idea mucho más clara de lo que nos espera al morir.
Esas fueron las últimas palabras que se encontraron en la bitácora de Fermín, un hombre de 50 años que había dedicado su vida a la creación de estructuras subterráneas de todo tipo.
Trabajó en túneles que atravesaban los cerros más grandes de México para hacer autopistas que comunicarían majestuosas ciudades entre sí, túneles en la imponente ciudad de México que servirían para la nueva línea del metro y hasta en la excavación de pozos submarinos en el golfo de México diseñados para explotar el petróleo del país. A resumidas palabras, él era el mejor en lo que hacía.
De acuerdo a la bitácora de Fermín, estaba involucrado en un ambicioso proyecto para perforar el pozo más profundo de toda América Latina, parecía que habían firmado los contratos de confidencialidad y aunque a simple vista no parecía haber algo turbio, había cláusulas que hacían énfasis en que de encontrar algún artículo, indefinible, no podrían notificar a ningún tipo de autoridad sin antes consultarlo con el consejo a cargo de las operaciones. Por la zona, cualquiera habría pensado que eso era una estupidez, pues se trataba del desierto y era bien sabido que ahí nunca se había establecido ciudad alguna, pero el trabajo de Fermín no era hacer preguntas, ese era el mío.
Los primeros 2 años corrieron de manera en forma, las bitácoras están llenas de palabras y números que sólo los ingenieros pueden comprender, si acaso pequeños contratiempos que podrían haberse convertido en enormes problemas, pero la experiencia de Fermín siempre pudo más y todo cuanto se les ponía en frente lo resolvían con avidez, no fue sino hasta la semana 115 Cuando las anomalías comenzaron.
La perforadora principal era una Strata 950, Una perforadora gigante de dimensiones colosales. El día que la trajeron se ocuparon 42 camiones para poder transportarla y dada la naturaleza del proyecto era ideal para el trabajo, pues se podía desmantelar y re ensamblar conforme el proyecto avanzara. Se encontraban a 3325 metros de profundidad, un record mundial anónimo, cuando un reporte urgente llegó a manos de Fermín, en el encabezado se podía leer «la perforadora desapareció». No lo podía tomar de manera literal, no podía creerlo, no sabía cómo demonios desapareció a más de 3000 metros de profundidad una de las perforadoras más complejas, potentes y exactas del mundo, pero así era. Partió rumbo al pozo sin poder imaginar cómo había sucedido.
Al llegar al lugar le explicaron cómo creían que había sucedido todo, pero que en realidad no había testigos.
Bajó por las oscuras escaleras hasta el último punto de seguridad y desde ahí vio con asombro que la escalera que daba a la perforadora terminaba abruptamente en un manojo de fierros torcidos y que más allá de ellos, y de la débil luz que proveía una lámpara en el muro, se imponía con vértigo la visión de un oscuro y burlón abismo. Esa imagen le recordaba con angustia a su tío Moisés, o mejor dicho a la cuenca seca y vacía de uno de los ojos de su tío Moisés. Un escalofrío le recorrió la nuca.
Muchas veces, cuando se trabaja en un proyecto tan grande como éste, era común tener bajas humanas, pero en la mayoría de los proyectos que dirigía Fermín, no se reportaban muchas de éstas, pues se sabía que él exigía se llevaran a cabo todas las precauciones del reglamento al pie de la letra, y aquellos que él sorprendía, hasta por algún descuido insignificante, infringiendo el reglamento, eran despedidos inmediatamente y sin derecho a réplica. La mayoría de estos decesos eran de jóvenes con mucha vitalidad, pero poco sentido común.
Alguna ocasión, en alguno de tantos proyectos en los que trabajó Fermín, llegó un chico de fuera que buscaba trabajar por un par de semanas para luego continuar su camino y lograr su sueño al otro lado del río bravo. Fermín no solía contratar éste tipo de ayuda, pero 12 de sus hombres se habían reportado enfermos por haber ido a cenar la noche anterior al lugar con fama de tener el corte más grande, jugoso y exquisito de la región, eso sin hablar de la mejor y más deliciosa salsa de habanero, y resultó que la carne estaba contaminada con pesticida, pues una noche antes habían fumigado todo el lugar y algún chico listo olvidó asegurar la puerta de la cámara de carnes frías.
El trabajo era muy sencillo, era en una mina y sólo tenían que pulverizar un gran fragmento de granito mezclado con metal que impedía los avances en la mina, así que le dio una oportunidad al chico, el muchacho se ganaría unos pesos y Fermín No tendría que retrasar los trabajos dos o tres días más. Se le pidió al joven que se limitara a pasar la herramienta que se le pedían y se le dio una sola indicación, no cruces las áreas delimitadas con un color rojo. A los 2 días de trabajar con ellos, el chico decidió tomar una siesta detrás de una de las máquinas para desgajar piedra, el área estaba marcada por un color rojo que indicaba movimientos constantes de maquinaria pesada.
En el más profundo de sus sueños, él muchacho miraba las manos marchitas de su abuelo, que había sido un hombre de campo. Todo en rededor se veía percudido, casi sepia, pero entre más tiempo estaba con él, mas vividos se hacían los colores, él viejo le decía
–Si hubieras sido menos como tu padre y más como yo, ahora mismo no estaríamos por encontrarnos.
No tuvo tiempo ni de alzar un grito. La máquina se echó de reversa y le reventó el cráneo con la misma violencia con la que un alfiler revienta un globo. Lastima.
Esta vez Fermín no había perdido a uno o dos trabajadores, sino a 38 de los mejores hombres con los que en su vida había trabajado.
Lo primero era saber cuánto habían caído y por qué ningún sensor detectó ese vacío. Aquí las cosas comenzaron a ponerse raras. Resultó que habían comenzado a trabajar en un área con carga magnética y algunos de los aparatos no habían estado funcionando en el momento en que la Strata 950 se esfumó.
La empresa fue notificada, pero no hubo respuesta inmediata, parecía que no les interesaba la perdida millonaria que esto representaba para el proyecto.
Esto me hacía pensar que tal vez andaban tras algo mucho más grande, y costoso que una maquina tan espectacular como esa perforadora, o que sabían de alguna forma que algo así podría pasar, aún era pronto para sacar conclusiones.
A las 4 horas del incidente, aún no recibían respuesta de cómo proceder y Fermín decidió que tenía que hacer algo. Si quedaba alguien vivo ahí abajo, tal vez sólo tenía poco tiempo y no quería cargar con eso. Con muchos de los aparatos inutilizados por el magnetismo, la única solución era bajar personalmente, y así se hizo.
Montaron una grúa improvisada, a la orilla del abismo.
La temperatura era cambiante. A ratos se sentía templado, luego aumentaba la humedad en el aire y casi podía sentirse una onda ígnea que golpeaba el rostro con violencia, pero el frío que le seguía a ésta, hacía pensar a Fermín que sólo eran ideas suyas.
Al fin comenzó el descenso. No podía arriesgar más vidas, pero pidió que una persona del equipo médico bajara junto con él, pues si encontraba a alguien con vida, le tendrían que brindar atención médica inmediata y además ver si estaba en condiciones para ser transportada a la superficie.
Habían pasado unos 8 minutos desde que dejaron de ver la luz del equipo a la orilla del abismo,
Fermín sabía que aún era pronto para que el grueso y frío cable de acero que los sostenía en medio de esa densa oscuridad, se terminara, pero comenzaba a rondar en su cabeza la idea de que no alcanzaría el cable y que el abismo no tenía fin.
Los radios no funcionaban, pero tenía consigo una vieja grabadora de bolsillo en la que guardaba algunos recordatorios, un viejo hábito adquirido en la construcción de la línea nueve del metro de la ciudad de México cerca 1987 o tal vez 1988, ya no le recordaba con tanta claridad.
Conforme iban bajando acercaba el aparato a su rostro y pronunciaba tecnicismos y claves que sólo él podía descifrar.
Comenzaba a recorrerlo el miedo, a perseguirlo la misma y absurda idea, «el abismo no tiene fin», cuando un estrepitoso ruido, acompañado de un golpe, los sacudió con violencia y casi los tiro del rudimentario cesto, Fermín tiró con fuerza de la cuerda (más por la caída que sufrió que por querer dar a conocer la situación) esto le avisaría al equipo que no debían de bajarlos más.
Se incorporó rápidamente y vertió la luz por todo el lugar mirando con sorpresa que se encontraban sobre una pila gigante de fierros retorcidos. Al fin habían llegado al fondo.
En algún momento mientras bajaban, pasó por la mente de Fermín que la asistencia médica sería inútil, pues nadie podría sobrevivir a una caída de esa altura. Ahora que podía ver los escombros de lo que alguna vez fue la perforadora más eficiente de la década, no podía más que pensar que lo único iban a encontrar ahí abajo serían masas sangrientas y deformes en lo que alguna vez fue una persona.
Comenzaron a caminar con dificultad hacia lo que creían sería el ala este del lugar, con la nula esperanza de encontrar a alguien vivo
–¡¿Hay alguien ahí?! –Repetía Fermín mientras caminaba hacia la densa oscuridad, pero sólo un eco respondía–.
–¿Hay alguien con vida? –Y de nuevo el eco–.
El metal bajo sus pies se retorcía con algunos pasos y varias veces creyó que caería en una mortal trampa de acero que se cerraría sobre él y después sobre sus huesos.
Cuando al fin llegaron a un lugar estable, pudieron distinguir por primera vez y con claridad las dimensiones del lugar. Era una bóveda, Una bóveda natural creada por algún movimiento en las capas tectónicas y tal vez por la lejana erosión del agua. En realidad no tenía importancia. Ahora pudieron ver los daños y se dieron cuenta de que era imposible que alguien sobreviviera.
Gran parte de la estructura en el centro parecía haber sido comprimida y cerca de las orillas se apreciaba la fuerza con la que habían volado restos de la perforadora al impactar.
Fermín caminó una vez más, pero hacia el lado contrario, estaba absorto, ensimismado.
Recorrió unos 6 metros pensando en que tal vez estaba en lo cierto. Haber llegado hasta este punto sólo para darse cuenta de que «el abismo no tenía fin».
Tropezó, no, resbaló con algo, algo viscoso, dirigió la luz hacia el suelo y ahí estaba, un dorso de alguno de sus trabajadores y tal vez amigo. Las náuseas lo tomaron por sorpresa y estuvo a punto de vomitar, pero se contuvo.
Antes de darse vuelta para apartarse de tan horrible escena notó algo extraño, una cabeza deforme y sin cabello, que dejaba ver una boca ensangrentada y llena de dientes, dientes amarillos y afilados. Conservó la imagen por un momento en su cabeza y no pudo evitar mirar de nuevo, así que dirigió una vez más la luz hacia el lugar y la observó con más detalle. Ahí estaban, estáticos dientes que no pertenecían a ninguno de sus hombres, es más a ningún hombre. Aquello no era humano y se pudo cerciorar cuando miro la piel, era una piel gris y áspera, gruesa. El cráneo estaba deformado y no tenía un solo cabello. Buscó sus ojos y encontró dos pequeños puntos negros que le recordaron la vez en la que fue con la chica que pretendía a ver la película de tiburón. Todos hablaban de ella y de lo agradable que era sentir sobre el brazo los pechos de las chicas que se asustaban en la escena en la que el tiburón aparece después de ser anunciado por una banda sonora que generaba una tensión insoportable.
Esto no era una película, esto era real y esa cosa no había sido anunciada por dicha banda sonora. Fermín analizaba con mucho detalle ese ser extraño, estaba al borde del shock, pero no se permitía caer en pánico.
En la grabación pude escuchar cuando pidió al médico que se acercara y le dijera qué era esa cosa, pero el medico no pudo determinar algo concreto, especuló mucho y al final sólo pudo decir que no era humano. Lo último que se puede apreciar en esta parte, es que el médico le pide que por favor se retiren.
El silencio era aterrador, pero fue aún más aterrador comenzar a escuchar murmullos, al principio creyeron que habían comenzado a alucinar por la profundidad o algún gas en el ambiente, pero cuando se miraron mutuamente, supieron que era real y que los sonidos provenían a espaldas de ellos, luego hubo silencio de nuevo.
Dirigieron con mano temblorosa la luz de la lámpara hacia el lugar de donde podían provenir los murmullos y se encontraron con paredes de roca obscura. En ella había una fisura con una singular forma, tal vez habría sido la manera en la que la luz la iluminaba, pero sin duda parecía la boca gigante del insecto más aterrador que hubieran visto.
El médico pidió con una ansiedad enfermiza retirarse del lugar, pero Fermín le dijo que tal vez era alguno de los trabajadores que esperaba herido, cosa que ni él mismo creía. Se acercó a la grieta tratando de no hacer ningún ruido. Tal vez habría sido el viento, pero, ¿A quién engañaba?
El maldito viento jamás podría soplar ahí abajo. Acercó la oreja a la grieta y dijo
–¿Hay alguien ahí? –Otro eco regresó las palabras inseguras de Fermín. Dudó por un momento y luego encontró el valor que necesitaba para meter la cabeza y asegurarse que ninguno de sus hombres estaba ahí dentro–.
–¿Alguien con vida? –Esta vez no respondió el eco, sino que comenzaron a emerger sonidos, sonidos escalofriantes y nada legibles, que poco a poco comenzaron a subir su intensidad y se convirtieron lamentos. Lamentos acompañados de murmullos y luego de voces que ahora sonaban con claridad. Hablaba una cantidad de incalculable de personas. Eran tantas que era imposible que fueran de su equipo. Lo que sea que dijeran, no importaba tanto como el tono en que lo decían. Con psicótica desesperación.
En la grabación pude escucharlo todo. Cuando salieron corriendo, cuando tropezaron con grandes estructuras de metal que a su vez chocaban con otras. Cuando subían torpemente a la cesta y cómo el médico gritaba
–¡Tire de la cuerda! Por dios, ¡TIRE! –Escuché como rezaban mientras subían y cómo el médico comenzaba a sollozar–.
–Vio algo ¿Verdad ingeniero? Estoy seguro de que vio algo, dígame ¿qué fue? –Sólo un rechinido recurrente, tal vez la cesta meciéndose en la nada–.
La bitácora detalla muchas cosas. Como el momento en que proporcionan informaron a los encargados del proyecto y estos se mostraron fríos a lo acontecido. Les hablaron de la criatura, de los dientes y los pequeños ojos negros, de la fisura sobre el muro y de lo que habían escuchado que provenía de ahí, pero estas personas se mostraron indiferentes. Les dijeron que les pagarían por el resto del contrato y que no debían de hablar con nadie de esto. Fermín y el médico habían contado todo, pero no mencionaron la cinta. Las bitácoras pasaron a manos de la empresa, pero la última y más importante la pudo sacar Fermín.
Ahora tenía una bitácora que detallaba lo acontecido y un audio que lo respaldaba, pero ¿Qué hacer?
Él estaba seguro de una cosa, todos tenían que saber la verdad, así que me contrató para atar cabos, me entregó la bitácora, la cinta, una agenda con direcciones que marcaba los nombres de las 38 personas que habían desaparecido durante el incidente.
Cuando escuché la historia estaba totalmente convencido de que era una tomada de pelo y que este tipo era un loco con mucha imaginación, pero al final me mostró la cinta. Gran parte de lo que me había contado estaba grabado en audio, confirmaba lo que había dicho. Cuando escuché los lamentos, las voces y los gritos me quedé helado. Tenía un contacto capaz de decirme la procedencia de cada una de las palabras que escuché y en efecto, la mayoría de las voces, de niños, mujeres y hombres repetían con locura la palabra «piedad»
Me hizo una lista con todos los idiomas que pudo identificar entre los cuales estaban el latín, arameo, hebreo, inglés, egipcio y muchos otros que parecían ser dialectos.
Al cabo de tres días tenía casi todo armado, sólo tenía que encontrar al médico y hacerle unas cuantas preguntas, pero no hallaba rastro alguno de su paradero. Al final lo encontré. Llevaba muerto 2 días en un hotel. En la puerta se podía leer no molestar, pero una mucama que tenía problemas para determinar si su novio le era infiel con su prima, entró en la habitación de manera distraída y encontró el cuerpo del médico en la bañera, completamente flagelado y con el rostro tan golpeado que no pudieron saber que era él hasta que los hijos lo fueron a reconocer. Un tatuaje en forma de corazón que se había hecho durante su estancia en la universidad lo delataba.
Regresé un poco desanimado a la oficina, que para mi sorpresa ardía como me imaginaba que arderían las nalgas de Miley Cyrus en una fiesta clandestina de famosos en los ángeles. Por un segundo creí que todo se había perdido, pero la cinta la había cargado conmigo todo el tiempo. Decidí que tenía que publicarla sin fundamentos sustentables, junto con el audio en Internet y con la descripción más detallada que podía hacer, pero antes tenía que ver a Fermín para ver si podía hacerlo con algún otro objeto o documento que pudiera darle veracidad al perturbador audio.
Lo fui a buscar al viejo apartamento en donde nos habíamos visto un par de veces más. En efecto, ahí estaba, colgado en uno de los polines de la vieja casa. ¡Maldita sea! Ya no tenía nada más. Encontré unas líneas en un papel, Lo que Fermín encontró ahí abajo no era otra cosa más que una idea perturbadora con la cual ninguna persona pudiera mantener su existencia, un abismo sin fin.
–El mundo está corrompido y saben una cosa, todos tenemos un lugar ahí abajo. Ahora lo sé, el infierno existe y es un abismo que no tiene fin.
Fermín había visto algo y muchos querían que no se supiera.
Ahora que yo poseía la información me iba a poner cómodo e iba a esperar a que vinieran por mí. Creí que serían personas robustas y de traje, pero estaba muy equivocado. No usaban traje, no eran robustas y tampoco eran personas.
Por: Kris Durden
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