#LaCajaDeLasHistorias – En el umbral de la vida

En el umbral de la vida

En el umbral de la vidaLos pensamientos comenzaron a resurgir, pero parecían lentos, cómo si se desplazaran desde el fondo de una piscina repleta de gel. Hizo un esfuerzo por recordar su nombre, pero sólo consiguió una vaga idea: «tal vez comenzaba con la letra A»

Intentó abrir los ojos y emerger de esa profunda oscuridad, pero comenzó a divisar con el rabo del ojo una pequeña línea luminosa por encima de su cabeza y se dio cuenta de que ya tenía los ojos abiertos. Quiso fijar la vista en esa delgada línea de luz, pero los ojos no le respondieron, así que permaneció mirándola de reojo.

Se percató de que no sentía ni calor ni frío y que en realidad no sabía si portaba una bata de hospital o si estaba completamente desnudo, tirado sobre el piso de su baño.

A pesar de lo confuso que resultaba todo, no entró en pánico, tal vez porque el miedo aún no emergía de la gelatinosa piscina en la que estaban sumergidos sus procesos cerebrales. Poco a poco, la delgada línea de luz comenzó a crecer en cada uno de sus extremos hasta que llegó a un punto en el que dio un giro preciso en un ángulo de 90 grados y terminó por formar una especie de rectángulo muy simétrico.

Mientras eso sucedía, sus pensamientos comenzaron a llegar cada vez más completos y más nítidos. Antes que los recuerdos, llegaron los razonamientos. Pensó que tal vez había sido víctima de un accidente y que estaba regresando de un coma, pero sólo para encontrarse con que ahora era cuadripléjico… pero nunca había escuchado de alguien que sufriera de una parálisis total, incluyendo a los ojos o…
En un instante la delgada línea blanca que delineaba el contorno del rectángulo se convirtió en una fulminante luz que llegó acompañada de un lejano sonido similar al de una explosión. Esto terminó con su tren de ideas. Mentalmente se retorció, apretó los párpados y se cubrió el rostro con el brazo, pero a pesar de la potencia con la que sus ojos habían sido irradiados estos ni siquiera se cerraron como hubiera esperado. En menos de un segundo pasó de una abrumadora oscuridad a un resplandeciente color blanco imposible de soportar. En medio de todo, rescató una idea positiva: también podía escuchar, aunque fueran sólo sonidos potentes.

A diferencia de la tranquilidad que había presentado mientras aguardaba en la oscuridad ahora se encontraba muy perturbado y comenzaba a sentirse fuera de control. Lo estaba poniendo muy mal el no poder alejar los ojos de la luz. Entonces cayó en cuenta de que eso era, luz; tal vez la luz artificial de algún hospital. Comenzó a divisar la forma de un par de esos blancos y alargados tubos de luz de tungsteno. La esperanza lo embargó. En cualquier momento se acercaría una enfermera y vería algo raro en él.

-¿Diana, por qué no vienes a ver esto? –Diría una mujer vestida de blanco mientras pasaba frente a él con una tabla sobre un brazo y un bolígrafo en la otra mano -. Creo que hay algo diferente en este paciente.

-No estoy muy segura… o tal vez.. ¿Es algo en sus ojos, no? –Diría otra enfermera al acercarse para analizarlo con lujo de detalle -. ¿Por qué no llamamos al doctor Hernández para que lo evalúe?

El doctor llegaría y se daría cuenta, de alguna forma muy al estilo de las series norteamericanas que efectivamente, había recobrado la actividad cerebral…

Algo volvió a interrumpir su tren de ideas. Esta vez se trataba de sonidos. Creía que eran voces, por la forma en la que interactuaban las dos frecuencias. Una era grabe y potente y la otra más suave y hasta podría haberla descrito como enérgica, pero femenina.

Al igual que había pasado en la oscuridad, poco a poco comenzó a percibir con el rabo del ojo, más formas. Aún permanecían lechosas, pero no importaba. Se comenzaba a sentir entusiasmado. Ahora era cuestión de tiempo para que descubrieran que estaba despierto.

Se concentró completamente en los sonidos y en tratar de resolver si eran voces o algo más. No tardó en conseguirlo.

-¡Tú qué vas a saber de música! –Era la voz femenina -. Lo más pesado que has escuchado deben de ser los Guns N Roses.

-Respeta a tus mayores –La dijo la voz más grabe -. Que cuando tú a penas estabas en la primaria yo ya había ido a ver a Metallica, Iron Maiden y AC/DC… Que igual y no son los más pesados, pero no te olvides de dónde vienen tus banditas de gritones BlackMelancholyckEmoRastaSpeed-Metal.

Una sonora carcajada se dejó escuchar. La había hecho mucha gracia a ella. Con la mirada perdida en las lámparas de tungsteno la imaginó como una mujer robusta, morena y de cabello muy maltratado por todos los cortes que seguramente ella misma se había practicado. Él sin duda sería corpulento (gordo), barbón y medio calvo. Un camillero y una enfermera.

-Date prisa con esos guantes, que esta noche han llegado muchos.

-¡¿Cuántos?! –Preguntó ella con un entusiasmo casi infantil -. Crees que esta noche pueda darme mi primer baño de tripas y ses…

-¡No corras niña! –Dijo usando el mismo tono de un maestro gamer insolente -. ¿A penas estás dando tus primeros pasos y ya quieres abrir uno? ¡Que rara!

Ella respondió con una risa muy vivaz.

Las formas alrededor comenzaron a tomar tornarse más precisas. Cerca había una lámpara de acero muy grande, pero sólo eso. ¿Dónde estaban el suero y los demás aparatos que lo mantenían con vida?

-¡OK, niña! Ahora ayúdame a pasarlo a la plancha. Tómalo por los pies y mira cómo lo hago de este lado. La siguiente es una anciana y quiero que la muevas tú. ¿De acuerdo?

-Sí

-Una… Dos… ¡Tres!

No sintió algo, pero lo vio todo. Y supo de qué se trataba todo esto, pero se negó a creerlo. El sujeto era como lo había imaginado. Un gordo, barbón y medio calvo, pero no estaba vestido de blanco como había imaginado. Llevaba una camisa negra con el nombre de una banda de Rock o Metal. No las pudo leer porque no podía mover los ojos. El gordo lo tomó por alguna parte del torso y lo levantó para azotarlo como un costal de patatas sobre una plancha de acero. Lo sabía porque en el aire su cabeza se había girado a un lado y ahí pudo contemplar una hilera de frías y vacías planchas de acero, cada una con una espectral lámpara suspendida sobre ella.

El primer recuerdo emergió del espeso líquido que los retenía todos.

Caminaba con su amigo por un pasillo largo y blanco, pero a su modo espectral (como todos los pasillos de hospital). Estaban siguiendo a una persona de bata blanca que andaba a paso firme sobre sus dominios. Miraba por momentos a su amigo y lo notaba realmente angustiado. Se detuvieron frente a una enorme puerta al final del pasillo y luego el sujeto se dio media vuelta y les dijo que tendrían que ser discretos. Ambos asintieron con la cabeza. El sujeto giró sobre sus talones y empujó la puerta. Al centro de la habitación había una manta blanca y debajo, era evidente que había un cadáver. Echó un vistazo al lugar antes de adentrarse en él. Miró una serie de planchas de acero con una enorme lámpara sobre cada una de ellas. Las planchas donde hacían autopsias y necropsias. Del otro lado estaban un par de jóvenes con ropa muy casual, pero con la característica bata blanca. Tenían las manos cruzadas sobre el vientre y prestaban atención a la escena. Estudiantes aprendiendo una lección más.

El hombre retiró la manta y debajo había un chico. Tenía la mitad del rostro morado y algunos raspones en un hombro. Su amigo se llevó una mano a la cabeza y de sus ojos brotaron las lágrimas. Estaban viendo al hermano de su amigo, muerto por un accidente de motocicleta. Al parecer había tomado un par de cervezas y se le había hecho fácil regresar en la moto, pero había olvidando su casco en la fiesta. De haberlo llevado se habría salvado, pues no conducía a una gran velocidad cuando la moto se derrapó sobre el asfalto húmedo y este salió volando. Su rostro pegó contra una enorme roca que sobresalía a un costado de la carretera. El casco habría hecho la diferencia.

Ahora él estaba en una de esas mismas planchas que había visto quien sabe cuanto tiempo atrás y por lo que había escuchado, era el primero de muchos otros que esperaban su turno para… «Oh Dios». Estaban esperando su turno para la necropsia. Les drenarían toda la sangre, los abrirían como a una res y les extraerían todos los órganos. Incluyendo el cerebro. Los rellenarían con quien sabe qué (se imagino bolas de periódico viejo), los coserían de nuevo y los mandarían con un maquillista de paletas de carne.
¡Estaban cometiendo un error!

Si él sabía todo eso era porque no estaba muerto, tal vez sólo era epiléptico o había sido mordido por una víbora; lo que fuera. Ahora sí estaba entrando en pánico. Quería gritar, pero no podía. Quería abofetear a ese feo, gordo y calvo, pero las manos no le respondían. Deseaba llorar de rabia y de miedo, pero sus ojos se negaban.

El sujeto gordo se había ido, al parecer a buscar todos los instrumentos para completar su trabajo.

-No era feo –Dijo ella al tiempo que le acomodaba la cabeza para que nuevamente mirara al techo. En ese momento la vio por primera vez. Con ella se había equivocado bastante. Llevaba una blusa negra con un estampado de costillas humanas sobre ella, por encima estaba su bata blanca. Era joven, sumamente guapa. Su piel era blanca y tenía un cabello muy negro y lacio. De fleco sobre la frente. Usaba anteojos y detrás de ellos había un par de ojos muy grandes y expresivos. Luego sus carnosos y sensuales labios, al verlos, el pánico cesó por un instante y lo abordaron unas tremendas ganas de besarlos.

Ella le dedicó una sonrisa y dejó ver  sus bien alineados y aperlados dientes.

Pensó que era irónico conocer al posible amor de su “vida” en una morgue.

Algo pasó en ese instante. Tal vez fue la combinación del miedo y la ira, seguidos del enamoramiento; lo que fuera, pero algo había pasado. Había movido un párpado, una especie de guiño, y creyó que ella lo había visto, pero en ese momento el gordo le había hablado:

-¡Anda niña! Si le vas a dar un beso hazlo ya, porque no tengo toda la noche.

-¡Tonto! –Dijo al tiempo que sonreía y miraba en dirección al gordito Heavy-Metal.

Se lo había perdido. El sujeto A, había logrado mover un párpado y ella se lo había perdido.

-«¡Dios!» -Pensó -. «¡Acabo de mover un ojo! Tal vez mi única esperanza de sobrevivir y ese gordo la acaba de esfumar. ¡Eres un maldito bastardo! Si no le hubieras interrumpido estaría salvado»

La ira lo hizo castañear una vez los dientes.

Notó como ella volteaba rápidamente para ver qué había sido ese sonido.

-Sí Ostara. Movió la boca –Dijo el gordo en un despreciable tono de sabelotodo -, pero sólo es un reflejo post mortem.

Desde la plancha notó el desconcierto de la chica y deseo gritarle que el maldito gordo sabelotodo se estaba equivocando. Ella lo miró de nuevo y él se enamoró de nuevo de esos expresivos ojos.

-Tú eres el jefe –Deliberó y se apartó.

Ahora el obeso apareció en su campo visual. Llevaba un cubre-boca y un objeto metálico diminuto, pero aterrador. Estaba listo para la primera incisión. El sujeto A pensó amargamente que era una suerte no poder sentir nada. Lo abrirían desde las clavículas hasta el esternón y de ahí bajarían hasta el pubis. Justo por encima del pene. Una enorme “Y” para maniobrar cómodamente mientras le extraían todos los órganos.

Sintió el corte. No fue doloroso, pero sí lo sintió. Era muy similar a ser quemado con hielo. Se dejó caer presa del pánico al pensar que entonces sentiría cada uno de sus órganos saliendo de su cuerpo. Algo nuevo ocurrió en su cuerpo. Sintió sus palmas y plantas de los pies sudar. Tal ves aún no era demasiado tarde.

Pero el gordo pareció leerle el pensamiento y de pronto aceleró sus movimientos.

-Mira y aprende, niña.

Del esternón sintió bajar el bisturí hasta el pubis. Con el rabo del ojo lo miró terminar y colocar el afilado instrumento en una charola cercana a él.
«¡Dios, aún no es demasiado tarde! Sólo recibiré muchas puntadas»

Su sudorosa mano derecha se movió espasmódicamente, cosa que realmente asustó al gordo al grado de hacerlo perder el equilibrio y pegar un gritito reprimido. Hizo reír mucho a la hermosa chica.

-Sólo es un reflejo post mortem –Dijo mientras se burlaba de él-.

El gordo refunfuñó algo entre dientes y se apresuró a terminar su chamba.

El sujeto A sintió como las regordetas y pesadas manos del gordo le aplastaban las tripas. Estaba seguro de que esto sí le dolería. Un desagradable sonido de succión se escuchó. Había escuchado ese sonido antes, sólo que a menor escala. Lo había escuchado cuando de niño su mamá lo mandaba al mercadito azul por el pollo. El pollero extraía los intestinos, hígado, riñones, pulmones y corazón del pollo de un solo jalón. ¿Cuántas veces sintió lástima por esos pobres animales? Ahora le estaban haciendo lo mismo.

Con el rabillo del ojo lo miró extraer una purpura masa procedente de su vientre. Sabía que en cuanto sacara el hígado perdería el conocimiento. Pero otra idea se le cruzó por la cabeza. ¿Y si en realidad estaba muerto y esto es por lo que pasan todos los cerebros antes de apagarse para siempre? Karma.

El Robusto amigo alzó las manos muy cerca de la cara del sujeto A y este las contempló empapadas de sangre. Sintió las gotas caer sobre su boca y perdió el control.

La chica lo miró todo a detalle y lo seguiría recordando en cada uno de sus sueños de los próximos meses. Lo seguiría contando por el resto de su vida.

En el momento en que su colega dejaba caer las gotas de sangre sobre el rostro del cliente, éste había hecho una violenta abdominal al tiempo que jalaba todo el aire que sus sedados pulmones permitía. Se escuchaba como una persona muriendo de asma. Los ojos del cliente estaban tan abiertos como platos y sus dedos se veían tan tensos y acalambrados que parecían las garras de una arpía. Tomó por el cuello a su colega y lo intentó estrangular. Su colega dio un paso hacia atrás y perdió el equilibrio, al tratar de sostenerse de algo tiró la charola con los instrumentos falsos. El cliente cogió uno que parecía de dentista y con una fuerza sobrehumana comenzó a apuñalar repetidamente a su colega. Ella dio un paso hacia atrás y en ese momento el cliente la miró con sus pupilas dilatadas. Una mirada que no olvidaría nunca. El cliente estiró una mano en dirección a ella y ella comprendió que en realidad estaba buscando ayuda, pero era tarde.

La puerta se abrió con violencia y cuatro enormes sujetos entraron para someter al cliente. Les costó bastante trabajo. Del otro lado del vidrio, junto a las cámaras que tomarían el video de la experiencia, la gente comenzó a amontonarse. Todos habían escuchado un aterrador chillido de cerdo atravesar las instalaciones y habían acudido para ver de qué se trataba. Todos miraron cómo el sujeto se calmaba poco a poco, mientras le explicaban que en realidad todo era parte de una experiencia que él mismo había pagado por vivir. Se encontraba en las instalaciones del polémico simulador de la muerte.

Por: Kris Durden

Facebook: Kris Durden
Twitter: @KrisDurden


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