Es interesante cómo en esta época moderna de la producción y el desarrollo, las formas de distraernos cada vez son mayores y aunque eso (en ocasiones) puede ser una ventaja, sobre todo si esa misma semana están haciendo recorte de personal en la empresa que trabajas. También esto nos pone en una posición de no observar qué es lo que nos está pasando y asumir que hay sólo una forma de sentir y vivir la vida.
Es interesante cómo tenemos un “cómo debemos de sentirnos” para la mayoría de las cosas, y aunque los sentimientos son diferentes para cada uno de nosotros, la realidad es que creemos que fuimos construidos con el mismo molde y por lo tanto, existe una “normalidad” de lo que deberíamos de sentir.
Yo incluso, con años de observación, me cacho notando momentos en los que me agarro in fraganti peleándome con alguna sensación porque “no debería sentirla”. Un ejemplo que es muy común (para muchos de nosotros) es que cuando estamos realmente enamorados no debería de llamarnos la atención nadie y dependiendo de cómo esté formada la creencia, podemos traducir esto como: “nadie, además de mi pareja, me puede parecer atractivo(a)” ó incluso, algo como: “si fulanito(a) me cae súper bien, no he de amar tanto a mi pareja”. La realidad, es que no hay reglas acerca de cómo nos deberíamos de sentir y menos, una normalidad de lo que se siente, cómo se siente y durante cuánto tiempo.
Sin embargo estas creencias de “cómo deberíamos de sentirnos” muchas veces hacen que nos estemos peleando con lo que realmente sentimos, provocando que busquemos distraer la atención de estas sensaciones. Y bueno, cualquiera podría pensar: ¡Qué mejor! ¿A quién le gusta sentir miedo, sentirse chiquito o darse cuenta de que se siente atraído por la pareja de su mejor amigo? Sin embargo, el precio que pagamos por esto es uno de los problemas de salud más grave del siglo XXI: la ansiedad.
Hace algún tiempo, mis socios y yo, nos dimos cuenta de este problema y notamos que la mayoría de nuestros pacientes (en los primeros meses de terapia) se sentían muy ansiosos y curiosamente, conforme las sesiones pasaban, esta ansiedad iba disminuyendo. La relación era muy interesante, pero fuera de eso, no teníamos idea de por qué ocurría.
Con el tiempo, realizamos estudios de caso, que nos llevaron a ver que (de hecho) la ansiedad se quitaba conforme las personas iban aceptando sus sentimientos.
La ansiedad es una alarma para que veamos qué estamos sintiendo. Cuando se prende, quiere decir que hay alguna sensación con la que te estás peleando. La solución es simple: dejarte sentir; sin embargo, como la mayoría de las cosas que vivimos, es más fácil decirlo que hacerlo.
Algunos cosas que puedes hacer para empezar a notar qué haces para no sentir son:
- Nota cuántas de las sensaciones que sientes vienen de la mano de un diálogo parecido a “No debería estar sintiendo esto”, algunas variantes de esta idea son: “Esta mal que sienta esto”, “Esto es algo que sólo las personas malas sienten”, “Si estuviera sano no sentiría esto”.
- Darte espacios para solamente sentarte y observar qué estás sintiendo y (en medida de lo posible) no buscar razones de por qué te sientes así. Simplemente, aceptar que la sensación es y está ahí para algo que no sabrás qué es, pero que es importante para tu ser.
- Buscar patrones tuyos que te ayuden a reconocer cuando estás evadiendo alguna emoción. Esto se logra observándote y notando diferencias en cómo te comportas y notar cuando andas “raro”.
- Crea un día que sea “tuyo”, ten una cita contigo y procura darte lo que necesitas; esto te ayudará a estar en contacto con tus necesidades, que también son importantes de ver para ayudar a bajar la ansiedad.
Para seguir estos puntos es muy importante que recuerdes que necesitas tener paciencia y amor a ti mismo, aprender a ser comprensivo y entender que llevas una vida evitando las emociones (y siendo entrenado para hacerlo) por lo que es importante la constancia. Y como siempre, si la ansiedad te sobrepasa, es importante que busques a un experto que te pueda ayudar en el tema.