A nivel personal, estas semanas han sido muy agobiantes. A veces una situación complicada puede ser muy absorbente al grado de que termina por quitarnos el sueño y eventualmente el ánimo. Esto, en mi caso, ha desembocado en una irritabilidad que ya comenzó a carcomerme las entrañas, pero que también ha traído a mi memoria una lección que aprendí leyendo la enseñanza de Buda y que si no me falla la memoria va más o menos así:
En un lejano pueblo de oriente existía una mujer que al enviudar heredó una gran casa rodeada de hermosos jardines, sirvientes para mantenerla limpia y una fortuna como para no preocuparse ni en ésta ni en la otra vida. La viuda no sólo era una mujer muy rica, sino que también gozaba de la fama de ser una persona muy buena. Era común escuchar de sus generosas donaciones y sus actos de caridad hacia los más necesitados. Un día, una de las sirvientas decidió poner a prueba la bondad de la mujer y descubrir si en realidad era una buena persona o se trataba de algo más. Así que se aprovechó de que ella era la encargada de llevarle todas las mañanas el desayuno y tener el agua caliente lista para darse un baño, y decidió que al día siguiente se quedaría recostada hasta tarde, y así hizo.
Cuando la viuda despertó, se dio cuenta de que el agua para darse una ducha no estaba caliente y esto la malhumoró un poco, pero no lo suficiente para arruinar su día, así que decidió que desayunaría mientras alguien ponía el agua a calentar, pero cuando llegó al comedor se encontró con que aún no estaba listo el desayuno. Se encaminó hacia la cocina y ahí descubrió que de hecho ni siquiera se había comenzado a preparar. Inmediatamente comenzó a llamar a toda la servidumbre para saber quién era la responsable y por qué no había cumplido. Cuando al fin estuvieron todos reunidos convergieron en que esas dos tareas eran responsabilidad de la misma persona, sabiendo esto, la viuda se encaminó al lugar donde la sirvienta dormía y cuando llegó la encontró recostada. Ni siquiera se había levantado.
–¿Qué ha pasado? –Dijo en intrigada la viuda –¿Por qué no están listos ni el desayuno ni el agua para darme mi habitual baño matutino?
–Me he quedado dormida –Respondió la sirvienta despreocupada.
–No quiero… –Dijo la viuda con un tono más severo –. No quiero que se repita mañana. Ahora por favor, haz tus deberes.
La sirvienta se levantó y se encaminó a terminar sus habituales tareas matutinas.
Por la noche, la sirvienta decidió que haría lo mismo al día siguiente y que no se levantaría hasta que la viuda fuera personalmente, y así pasó.
La viuda despertó y cuando estaba a punto de ducharse se percató de que el agua no estaba caliente. El enojo se apoderó inmediatamente de ella. Cuando salió al comedor se encontró con que el desayuno tampoco estaba listo. No tuvo que juntar a toda la servidumbre esta vez. Salió a toda prisa a la habitación de la sirvienta y la encontró en la cama.
–¡Levántate ahora mismo! –Dijo gritando la viuda – ¡Dime por qué no están listos ni el desayuno ni el agua para la ducha!
La sirvienta se incorporó y tan tranquila como el día anterior dijo:
–Me he quedado dormida.
La viuda la levantó del brazo y la encaminó violentamente a que cumpliera con sus tareas, no sin antes advertirle que ésta sería la ultima vez que se quedara dormida, si no quería pagar las consecuencias.
La viuda permaneció todo aquél día de mal humor.
Por la noche, la sirvienta decidió que al día siguiente haría lo mismo, y así fue.
A la mañana siguiente la viuda despertó segura de que esta vez sí encontraría el agua para la ducha listo y el desayuno servido en la mesa, pero se equivocó. El odio se hizo en su vientre y salió corriendo al lugar donde dormía la sirvienta. Entro por ella maldiciendo y no sólo la sacó de la cama a golpes, sino que la echó a la calle donde pudiera quedar exhibida por floja, pero la gente al ver esta acción no sólo pensó mal de la sirvienta sino que también comenzó a pensar que la viuda no era tan buena persona como todos creían. A partir de ese día las personas comenzaron a hablar mal de la viuda y esta terminó por retraerse y ser como la gente decía que era.
La sirvienta por su parte, comprendió que muchas personas son buenas porque las circunstancias son buenas, pero cuando las cosas se ponen mal toda esta bondad desaparece.
Bajo ese mismo discurso me he conducido estos días. No dejo que una situación sea tan absorbente como para responder mal o hacer de mala gana las cosas.
Al final los malos tiempo sí terminan por definir que tan buenas o malas personas realmente somos; por reafirmar nuestros valores. ¿Habrán triunfado mis papás en la misión de darme valores o sólo es una careta que uso cuando las cosas marchan bien?
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