Y esta pregunta justamente me surgió durante esta semana que he estado lidiando constantemente con los reportes de crisis diarios y varias veces al día de una paciente que recientemente he comenzado a ver en consulta. Es una mujer de cincuenta y medios de una familia de nivel socioeconómico alto que ha recorrido todos los psicoterapeutas y psiquiatras de la ciudad con el reporte recurrente de que nada le hace bien. Cuando uno le pregunta sobre su motivo de consulta se remite a la historia de su matrimonio de más de 30 años de duración donde acusa a su esposo de todas las tragedias que ha tenido en su vida. Es muy detallada para contar todas estas eventualidades, sólo que lo hace desorganizada y con un acelere que denota un nivel de ansiedad fuera de toda normalidad. Es enfática mencionando que su principal problema es sentirse infeliz, pero siempre condicionando su insatisfacción en el mundo que la rodea y para nada en ella misma. La culpa de su vida la tienen en primer lugar, su esposo, sus hijos (muy soberbios y uno de ellos que decidió comunicarles que es homosexual) y una red de apoyo (amigos y resto de familiares) que no la entienden. Refiere que en alguna ocasión decidió separarse de su esposo, pero que desde hace un par de años ella decidió estar juntos y para nada considera el divorcio en el futuro. Cuando ahondé en su historial me pude dar cuenta que siempre saboteaba los tratamientos de los psicofármacos ya que reportaba muy poca eficacia en los primeros días y no les daba el tiempo suficiente para que fueran efectivos, y en cuanto a las psicoterapias, rara vez pasó de la tercera o cuarta consulta con la larga lista que habían pasado por ella. Dentro de este panorama actual, la cosa se complica más al tener una quiebra de su empresa con los bancos persiguiéndola y con la familia negándose a rescatar su negocio. Le expliqué la primera vez que la vi, hace un par de semanas que si quería ver resultados tenía que ajustarse religiosamente al esquema de medicamentos que le enviaba y a la terapia que había comenzado recientemente con alguien conocido mío y de toda mi confianza profesional. Desde entonces mi teléfono no ha dejado de sonar, todos los días, cualquier desacuerdo con sus familiares, las constantes frustraciones, y la persistencia de la “infelicidad” han sido motivo de urgencia y de requerir cambios en sus medicamentos para lograr el ansiado “Nirvana”. Esto paró en estos días recientes cuando la confronté diciéndole: “¿Cómo quieres ser feliz con un marido que a tu juicio no se interesa por ti, unos hijos que no te toman en cuenta, una empresa quebrada con los bancos tras de ti y tú estática esperando a que los medicamentos te hagan un cambio mágico y todo amanezca diferente?”, hubo un largo silencio en el teléfono, ya sólo hubo un par de comentarios y se terminó la llamada.
Los tratamientos psiquiátricos regulan el estado de ánimo anormal y la ansiedad, para que en la psicoterapia puedas reconocer los mecanismos desadaptativos que estamos usando para resolver los problemas y ahí entra el tercer factor necesario para el mejoramiento de los pacientes: el impulso para cambiar las condiciones de mi vida que me llevaron al quiebre por el cual aparecí en la consulta con el psiquiatra. Nadie le puede depositar la responsabilidad de buscar su felicidad a nadie más, ni declararse incompetente para buscarla. Cuando tenemos un padecimiento del área de la salud mental, esta responsabilidad nos debe de alcanzar para buscar la ayuda necesaria para, teniendo estabilidad, seguir en la búsqueda de mi bienestar haciendo lo que le toca a cada quien. Todo va junto, trabajo médico y trabajo del paciente.