Miraba sobre aquel gigante ventanal las pequeñas gotitas de agua que lo tapizaban de piso a techo. Cada una de ellas destellaba como una estrella sobre el infinito universo para el cual somos irrelevantes. Destellaban al fragmentar la luz de los faros de los carros que yacían fuera, atrapados con sus impacientes amos en aquella aletargada, pero colosal ciudad.
La lluvia siempre me pone de buen humor, pero esta vez me hizo darme cuenta de un desgastante sentimiento que había estado creciendo en mis entrañas y que no quería ver. Estaba dejando de pertenecer.
Pensé en cuál era la importancia real de pertenecer y la respuesta la encontré al especular en lo importante que fue para nuestros antepasados pertenecer a un grupo. Al grado de ser algo de vida o muerte. Imagina un mundo realmente hostil, plagado de seres vivos capaces de quitarte la vida sin importar tu fuerza, tamaño o inteligencia, porque dos mentes son mejor que una, y muchas veces vale más la experiencia que la inteligencia. Por lo cual, podrías ser capaz de matar un coyote para proteger tu vida, pero si un insecto te picaba y no tratabas la herida de manera adecuada seguramente terminarías muerto. ¿Quién te respaldaría en esa circunstancia? Dentro de un grupo sería la persona con más experiencia en picaduras y tu a su vez la protegerías de alguna amenaza tan letal como un coyote.
Pertenecer a un grupo fue algo que nos llevó como sobrevivir como especie y a consolidarnos como lo que hoy somos. Es por ello que hoy que siento que no pertenezco me siento tan vulnerable y triste.
Algunas veces me sorprendo actuando como un perro que se aleja de su familia para ir a morir solo al bosque, y es entonces cuando comprendo lo severo de esta enfermedad de la mente.
¿Saben qué es lo más triste? Que este sentimiento no nació de mí, sino que alguien lo plantó en mi mente y ahora soy el recipiente que lo lleva de un lado a otro.
Comprendo sus peligros cuando recuerdo mi adolescencia, época en la que con tal de pertenecer fui capaz de beber sin importar el desagradable sabor que tenía y fumar ignorando completamente las horas que pasé tosiendo y forzando a mi cuerpo para aceptar ese humo con la naturalidad con la que uno acepta el aire que respira.
No pertenecer me hizo hacer cosas que no quería hacer y decir cosas que no quería decir. Ser alguien que en realidad no era.
Hoy no sé qué voy a hacer para solucionarlo, pero tengo muy claro que errores no debo de repetir.
Hoy quiero escuchar un consejo de ustedes para salir bien librado de esto, pensando que muchas veces la mejor respuesta está en alguien ajeno al problema y con una visión más amplia de la situación.
Existe una clase miedo antiguo que ronda entre nosotros, a la espera de la oportunidad perfecta para atacar directo a la cordura de una persona. Es el miedo a no pertenecer.