Siempre, pero más ahora en las épocas del síndrome de COVID-largo, las quejas sobre el funcionamiento intelectual, pero sobre todo de la memoria, están más presentes que nunca. El paradigma generalizado del funcionamiento de la memoria es que, cuando presentamos alteraciones, se manifiestan por dificultades en la memoria de largo plazo, las mas añejas y que, por lo tanto, se encuentran mas borrosas en el cerebro, y en mayor potencial de ser olvidadas.
Tendremos que romper esta idea preconcebida. Los problemas en la memoria, se relacionan con fallas en la atención, en inhibir los estímulos que me pueden distraer, en la concentración sostenida, en el análisis de la información obtenida y en las decisiones que ejecutamos con estos datos.
A este tipo de memoria es a la que conocemos como memoria de trabajo. Aquella que no grabamos en una nota del celular, no anotamos en un papelito, no ponemos en la agenda; aquella información que nos dan a la pasada, en un recado del teléfono, y que debemos de guardar en un recordatorio constante para poder usarla en el momento justo en unos cuantos minutos u horas.
Perdemos nombres de cosas, personas o situaciones, se nos olvida para que entramos a una habitación o para que estábamos llamando a una persona; es el tradicional a que venía…
En descargo de todos nosotros que lo padecemos, se deben sobre todo a problemas en el manejo del estrés, en el poder enfocar de forma adecuada nuestra atención; y no en enfermedades crónicas y problemáticas neuronales del tipo del Alzheimer.
Por lo tanto, a reconocer y cuidar de nuestra memoria de trabajo.