Seguro les suena a palabra dominguera ‘resiliencia’, creo que es un buen momento para usar la definición del diccionario e irnos dando idea de que vamos a hablar:
“El proceso mediante el cual las personas pueden sobreponerse, recuperarse y adaptarse con éxito frente a las experiencias negativas y, derivado de este proceso, además, resultar fortalecidas”.
Ante tantas adversidades vividas la semana pasada, que comenzaron con las amenazas nucleares entre Estados Unidos y Corea; tres huracanes en fila en el Golfo de México con lluvias que estresan a todo el país, y la joya de la corona, el temblor del jueves pasado que causó devastación en los estados del sur del país e histeria colectiva en la Ciudad de México con el susto del día del evento y el miedo anticipatorio de pensar que pueden venir réplicas temibles.
Todas estas desgracias nos afectan de diferentes formas, a algunos más a otros menos; pero representan un buen estímulo para hablar de la resiliencia.
Recordemos otras desgracias que hemos pasado en la historia. Si les diéramos seguimiento a esas personas afectadas, nos enteraríamos que reconstruyeron sus casas, que buscaron nuevos empleos, que superaron los duelos de sus familiares fallecidos; y como de estos pueblos arrasados, meses después ya encontramos ciudades que florecen en la reconstrucción y llenas de vida.
Llevemos estos eventos al plano personal. En nuestra vidas privadas siempre estamos expuestos a diferentes tipos de tragedias que nos obligan a utilizar los recursos emocionales y psicológicos que hemos ido forjando a lo largo de la vida. Son los exámenes profesionales de lo que vamos sembrando, aprendiendo y cultivando. Por eso la importancia de siempre estar estudiando y llenándonos de conocimientos y vivencias que nos hagan crecer ya que irremediablemente algún día las vamos a necesitar.
Por lo tanto, hagamos crecer nuestros recursos emocionales para que nuestra resiliencia este “recargada” para cuando tengamos que usarla