Justo esta semana tuve varias consultas con pacientes que se manifestaban preocupados por el hecho de que no se sentían tan felices como ellos pensarían y que además se sentían tristes por eventos desafortunados que les sucedían.
Me tocó hablar con ellos de dos constructos básicos de la psicología positiva:
- Todas las emociones son parte de la vida: esto incluye a las positivas, las neutras y las negativas. La vivencia de una existencia plena lleva el sentir la alegría de las cosas felices, pero también darnos el permiso de sentir el dolor de las cosas tristes, la culpa de las que hicimos mal, y todo ese malestar del arrepentimiento que nos obliga a aprender a actuar de otra manera. Incluso con un paciente en particular estuvimos hablando de las ventajas que le representaría para su salud mental futura, el permitirse sentir la tristeza profunda que lo abrumaba la muerte de su madre. Todo esto para acabar con el mito de que una vida “feliz” es aquella donde alejemos a toda costa la tristeza.
- El secreto no está en no evitar el estrés, sino en buscar la mejor manera de recuperarnos de él. Me he encontrado con personas que falsamente entienden que la solución a los problemas que nos plantea un mundo super exigente es el correr de la rutina, huir y buscar una vida sencilla atendiendo un bar para “gringos” en una playa nudista. Es prácticamente imposible que con las demandas que nos plantean un ritmo de vida “estándar” de alguien que tiene una familia, un trabajo, amigos y algún pasatiempo, NO NOS EXPONGAMOS A UNA BUENA DOSIS DE ESTRÉS COTIDIANO. La respuesta no está en evitarlo con soluciones mágicas; no me dejarán mentir aquellos que han intentado infructuosamente alejarse para sentir “Cero Estrés”. La clave de este constructo es asumir que la vida que tenemos conlleva el sentir una buena cantidad de estrés, saber que es imposible no sentirlo, pero buscar, como si fuera una balanza del mercado, la mejor manera para equilibrar el costo de las demandas cotidianas con una dosis de disfrute, descanso y desconexión de las mismas preocupaciones. Así que mi abuela tenía razón, para sobrevivir al estrés, hay que dormir bien, comer bien y divertirse.