Ya desde hace varios años se ha hablado de la fórmula estadística de la cual resultó que el tercer lunes de cada año se convertía en el día más triste del año. Las causas resultan muy lógicas: el regreso a la rutina normal después de lo extraordinario de las fiestas de fin de año, el agotamiento del retorno a las actividades habituales, el extrañar a los familiares que vimos en el año nuevo, y sobre todo, la frustración que nos genera el comenzar a fallar en los propósitos del año nuevo. Este cálculo lo realizaron actuarios de agencias de viajes y de mercadeo de las empresas de consumo, detectando el punto donde las personas son más susceptibles a buscar una solución mágica para su “depresión postvacacional”, punto clave para que los robots de inteligencia artificial te bombardeen con ofertas de artículos de lujo y de fantasías para conocer lugares de ensueño.
Pero este año, tendremos un “Blue Monday” atípico por todos los acontecimientos derivados de la pandemia de SARS-COV2. No se pudieron hacer los encuentros tradicionales de fin de año, no hubo viajes y no hubo vacaciones significativas. Peor aún, con gran crisis económica, pérdida de empleos y fallecimiento de familiares, más que en otros años, sobre todo de los más añosos de nuestras familias. Fiestas agrias aderezadas por el punto más grave de contagios y fallecimientos de la crisis de salud global, con personas hartas de confinamiento, escuela en casa y teletrabajo.
Definitivamente, un “Blue Monday” diferente y, claramente, más triste que nunca.