Hace unos días me preguntaron: ¿Es cierto que el amor engorda? Uff una pregunta que me hizo reflexionar mucho acerca de la construcción que hemos hecho como sociedad entre el amor, el sobrepeso y la comida…
La etapa del noviazgo puede estar involucrada con estereotipos o clichés como el de las cenas románticas, los chocolates o la mujer atendiendo con suculentos platillos al varón, que más tarde se convertirá en “el hombre de la casa”; así que decir que “el amor engorda” quizá sea tan sólo uno más de estos clichés. No hay momento más invitador que estar enamorado y tener ganas continuas de estar con la persona amada, pero depende de nosotros si estos momentos implican comer de más o no.
Durante el enamoramiento es verdad que el apetito cambia, se descontrola, sin importar la edad o el sexo de los enamorados. Pero lo que sucede con más frecuencia es que perdemos las ganas de comer por ratos largos, porque la sensación cambia por las llamadas “mariposas en el estómago” ese placer que se refleja en el abdomen y que suele ser más intensa que la señal de hambre. Por otro lado, si el amor no es correspondido y eres de las personas que se refugian en la comida para no sentir la incomodidad (lo que llamo ser “comedor emocional”), sucede lo contrario y la comida puede volverse un objeto de placer o el premio de consolación.
Cuando estamos enamorados la parte del cerebro crítico se apaga y esto cambia muchas actitudes: empiezan a importar menos las cosas que nos preocupan, la atención deja de estar en lo que estaba y se impone en nuestra mente la imagen del recuerdo del ser amado, esto ayuda a que el estrés crónico disminuya y a que nuestros pensamientos estén relacionados con el placer y el bienestar, lo cual ayuda a que el hambre emocional disminuya. Dice el Dr. Eduardo Calixto en su libro Amor y desamor en el cerebro, que durante el enamoramiento en el cerebro actúan en mayor medida un conjunto de sustancias que nos emocionan y apasionan como las endorfinas, encefalinas, adrenalina, dopamina y oxitocina; pero a la vez, este coctel de sustancias nos quita la objetividad transformando la realidad, de tal manera que sólo vemos lo que queremos ver.
Entonces ¿por qué se dice que el amor engorda? Cuando la etapa del enamoramiento se transforma en amor maduro, muchas parejas dejan de darle importancia a la apariencia física, por ejemplo, el cuidado por el peso disminuye, ya no hay tiempo de ejercitarse y menos si hay hijos y buenos pretextos. El paso de los años y la edad se vuelven un asunto que cobra importancia, al modificarse la estructura corporal y también funciones como las hormonales, la piel cambia dando paso a las arrugas y la lonja traicionera del pantalón aparece. En muchos casos esta falta de cuidado en la alimentación es una liberación frente a los años que nos esclavizaron a dietas y ejercicios.
Vivimos en una sociedad donde la comida es usada como halago, premio o castigo, por lo que muchos de nosotros hemos creado un relación emocional con la comida sin darnos cuenta; de modo que cuando las discusiones aparecen en la relación, nos sorprendemos comiendo de más, picando lo que encontramos al paso como distractor de la angustia, especialmente azúcar como en el caso de los chocolates que cambian la química del cuerpo generando energía, endorfinas y serotonina que calman y ayudan a combatir la depresión. En cambio, cuando nos sentimos felices queremos festejar en un buen restaurante o con una cena deliciosa a la luz de las velas.
Cuando el amor es hacia uno mismo y no depende del ser amado, el autocuidado no tiene pretextos, porque “lo que se ama, se cuida” y es nuestra responsabilidad mantener un estado de bienestar. Entonces tú ¿qué crees? ¿el amor engorda?
Marisol Santillán, psicoterapeuta Gestalt.
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