En ciertas etapas de la vida es natural que busquemos parecernos a otros, tener el mismo juguete que los amigos, jugar con los zapatos de tacón de mamá, encontrar en qué nos parecemos a la familia o amigos. Durante el crecimiento, sobre todo en la adolescencia, empezamos a buscar nuestra identidad, aquello que nos formará como adultos.
Pero ¿qué pasa cuando ya grandecito te esfuerzas demasiado para formar parte de un grupo? Algunas veces implica modificarte de muchas maneras, como en la forma de vestir, de hablar o quizá hasta fingir algunos gustos y cambiar tus conductas habituales. Por ejemplo, en mi trabajo como psicoterapeuta, revisando la relación entre las emociones y la forma de comer que se refleja en el peso corporal, he encontrado que conseguir un peso menor al que en realidad se tiene es importante para poder encajar en su grupo de amigas o amigos, o bien, hay quienes modifican su dieta de forma inadecuada para ganar músculo, ejercitándose más y complementando la alimentación con pastillas, licuados, etc. En ninguno de estos dos ejemplos la búsqueda del peso está relacionada con lograr una vida saludable, por lo que, en algunos casos, ésta se ve afectada. Esto es lo que se llama “encajar”, es decir, hacer hasta lo imposible para mezclarse en ciertos grupos; así la atención está puesta en lo que hacen los otros, adaptándonos a ellos en espera de ser aceptados.
Paradójicamente buscar encajar a toda costa es la barrera principal que tienes para sentir que perteneces. Pertenecer empieza con ser tú mismo, aceptar el cuerpo que tienes sin importar la talla, reconocer tus sentimientos y pensamientos, expresarlos, aunque sean diferentes a los de otros, saberte suficiente y sí, también vulnerable e imperfecto a ratos.
Las personas que tienen un buen sentido de pertenencia no buscan ser aceptados por los demás, simplemente se dejan ser.
¿Por qué sigues buscando pertenecer? La mayoría de las veces es porque en tu familia, en la escuela o con tus amigos, durante tu crecimiento, aprendiste que debías ser y comportante como los demás. O bien, tuviste que hacer mucho, esforzarte demasiado para ser reconocido, para ser cuidado y recibir aceptación o amor; entonces sin darte cuenta empezaste a dejar de ser tú mismo. En estos casos es natural que perdieras tu propia identidad, pero hoy, ya no tiene qué ser así.
Por el simple hecho de existir y de haber nacido ya perteneces a tu familia, eres parte de ese pequeño clan que formaron tus padres; te guste o no, les guste a los otros o no, incluso si tus padres se separaron, llevas en tu nombre los apellidos de la familia a la que perteneces. Y lo más importante es que mientras no te des cuenta de que perteneces a ti mismo, con todas las características que te hacen ser TÚ, no lograrás tener el sentimiento de que “ya perteneces” y seguirás deseando encajar con otros.
Recuerda que si para sentir que encajas tienes que dejar de ser tú, esto te alejará de ser auténtico.
Marisol Santillán, psicoterapeuta Gestalt.
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