Desde que era niña en la televisión, en la escuela, en la radio escuché hablar de una magnífica obra de arte a la que todos hacían referencia; la imaginaba majestuosa e imponente, me habían dicho que era un privilegio estar frente a ella…
Hace pocos años tuve la oportunidad de contemplar con mis propios ojos la tan mencionada pintura. Tardé años para llegar y una hora en poder acercarme, hacia mucho calor, al llegar al salón donde la resguardan tuve que hacer otra larga fila y cuando ¡por fin! estaba frente a mí… la vi chiquita, con el color opaco; cruzaron por mi mente varios pensamientos, entre otros, si sería mi falta de conocimiento lo que no me dejaba apreciarla, entonces, a pesar de lo mucho que había leído sobre su historia, me acerqué al guía que explicaba detalladamente su forma, su color, la vida del artista que la pintó y de lo relevante que fue en su época… Después de un tiempo me di la vuelta y me fui decepcionada.
¿Qué me decepcionó? Mis expectativas, ya que eran muy altas por todo lo que había escuchado de otros, “sus” comentarios me habían hecho imaginar y fantasear en lo maravillosa que sería la experiencia de contemplarla. En aquel momento, cuando viví mi propia experiencia, pude entender “mi” mirada, la que mis ojos, mi cansancio y mi conocimiento me ayudaban a crear, a darle forma.
Y eso pasa en la vida, a veces la decepción llega porque nos dejamos llevar por los “ojos” de otros, las experiencias que nos comparten están matizada de lo que ellos vivieron, de otra época, otra situación, otros gustos y otra forma de sentir.
Es natural tener expectativas, ante la incertidumbre, el acercamiento a una idea de lo que puede pasar nos da un poco más de seguridad y confianza, pero cuando matizamos esa idea con fantasías basadas en lo que otros nos han dicho, nos perdemos de explorar y descubrir nuestra propia experiencia. La imaginación nos lleva a convertir imágenes en anhelos o deseos que van edificando una ilusión que puede terminar en decepción o frustración. También puede ocurrir al contrario, que la mala experiencia de otros nos llene de miedo o desconfianza, en este caso la mente comenzará a crear imágenes catastróficas de lo que puede suceder y podemos llegar a desmotivarnos frente a una situación que aún no hemos vivido e incluso podemos renunciar a la experiencia.
Es importante ver con nuestros propios ojos lo que tenemos enfrente, tener presente que, aunque los lentes de otros puedan ser una gran herramienta para cuidarnos, como los lentes de sol, vale la pena quitárnoslos para apreciar las cosas desde nuestras propias experiencias, gustos y creencias; porque es así como nos cuestionamos, observamos y aprendemos. Solo desde nuestra vivencia podemos asimilar, crear y sentir la vida.
“Solo la propia y personal experiencia hace al hombre sabio”
-Sigmund Freud.
Marisol Santillán, psicoterapeuta Gestalt.
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