Se trata de una palabra que siempre vuela en el imaginario colectivo de los familiares e individuos que rondan por arriba de los 65 años de edad, ya que tratan de buscar constantes explicaciones para sus deficiencias en cuanto al funcionamiento intelectual, y más concretamente, en el ámbito de la memoria.
Al hacer historias clínicas, frecuentemente responden que en sus antepasados no hay antecedentes de enfermedades neuropsiquiátricas, que solamente hay reportes de demencia senil. Justo por este uso del concepto es que se desterró la palabra de las clasificaciones médicas hace un buen número de años. Acompañar la definición de una patología, los síndromes demenciales, de una etapa normal de la vida, el edadismo o la senilidad, es una combinación injusta y por demás confusa. La idea que permeaba en el conocimiento general es la de que era normal que, al acumular años, los adultos mayores presentaran fallas cognitivas, era habitual “chochear”.
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Nada más falso, y por lo mismo, se nos ordenó ser duros y contundentes en la psicoeducación: no es normal, no es habitual, no es esperable, la pérdida de capacidades mentales con el paso de los años. Por lo tanto, toda alteración en este rubro merece una rápida evaluación de un especialista, para determinar si se es candidato a estudios más profundos. Eso sí, tenemos que irnos acostumbrarnos a realizarnos un check up del sistema nervioso central después de los 50 y con mayor razón, posterior a los 60 años de edad.
Dr. Edilberto Peña de León
Neuropsiquiatría
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