Estamos muy acostumbrados de forma vivencial a percibir que a cada etapa de nuestro desarrollo nos corresponde una forma diferente de dormir. Lactantes y adolescentes son capaces de ejecutar esta fase hasta 14 o 16 horas por día, claramente relacionada a sus altos requerimientos metabólicos que se necesitan para crecer. El adulto medio tiene un horario promedio de sueño de 6 a 8 horas predeterminado por las demandas del mundo laboral y familiar, pero, ¿qué pasa con el sueño del adulto mayor?
Primero hay que recordar que el sueño es una función fija, repetitiva y muy importante, de hecho, básica, para nuestro sistema nervioso central. Consta de 3 fases, la de somnolencia, sueño superficial y sueño profundo, que termina en otra de movimientos oculares rápidos, que es el momento de la noche donde tenemos nuestras alocadas e irracionales ensoñaciones. Este acto de dormir, tiene que desahogar un número constante de ciclos de estas mencionadas fases del sueño que fluctúan en su duración de acuerdo a cada etapa del desarrollo y es por eso que en diversos momentos de nuestra vida dormimos distintos tiempos totales.
Al que mencionar que conforme envejecemos, estos ciclos de fases del sueño se van ejecutando cada vez más rápidos, con la consecuente reducción del tiempo absoluto de sueño. Todos hemos conocidos a adultos mayores que se van temprano a la cama, pero que despiertan en la madrugada, ya con la sensación de sueño reparador y que comienzan a hacer actividades antes de que salga el sol. Esto es completamente normal y fisiológico.
Para finalizar basta decir, que esta actividad fundamental, el sueño, debe de ser respetada estrictamente para obtener una sensación subjetiva de reposo. Dormir de forma adecuada protege al cerebro y logra evitar la presentación de enfermedades neurodegenerativas.
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