Presentar un miedo excesivo y desproporcionado hacia un estímulo determinado es, con mucho, el padecimiento de salud mental más prevalente en todo el mundo. Casi una tercera parte de la población reporta presentar uno de estos problemas, aunque no siempre afecte de forma significativa a su calidad de vida.
Dentro de nuestro cerebro existen núcleos que son básicos para la detección y procesamiento de los miedos, entendiendo que esta emoción es un sentimiento básico con una función evolutiva muy importante y clara: aprender y evitar las situaciones potenciales de daño y de peligro.
Debes leer: SUEÑO EN EL ADULTO MAYOR
Inicialmente los órganos de los sentidos son los que nos dan aviso que estos elementos peligrosos, de ahí la señal avanza a las cortezas cerebrales de asociación donde se conjuntan los impulsos integrando los componentes visuales, auditivos, olfatorios y táctiles relacionados al estímulo productor de la fobia. Muy relevante, se realiza la comunicación con el hipocampo, base de la memoria, que nos recuerda y da aviso de que estamos enfrente de algo que ya conocíamos y que es dañino. Así mismo, se levanta un aviso a la amígdala, que se hiperexcita y ponen en marcha todos los mecanismos de respuesta: nos pone nerviosos y ansiosos, nos despertamos hipervigilantes y súper atentos a cualquier cambio en el medio ambiente y se prende todo el sistema nervioso autónomo que prepara nuestro metabolismo y vísceras para enfrentar una pelea y a nuestros músculos para vencer en la lucha contra la fobia.
Es por esto, que, con el continuo aprendizaje de estos eventos, desarrollamos una conducta básica para la sobrevivencia: la evitación. Nos alejamos sistemáticamente de todo aquello que tenga que ver con lo relacionado al objeto o situación a la que somos fóbicos.
Como pueden ver, no es una respuesta simple, nuestros comportamientos respecto a las fobias activan y ponen en marcha una gran cantidad de sistemas cerebrales y de todo nuestro cuerpo en general.
Artículos que no te debes perder: